¿Por qué nos odian en Ecuador?
La periodista de SEMANA María Jimena Duzán estuvo en el vecino país y palpó el creciente sentimiento anticolombiano. Es la radiografía de una olla a presión que puede estallar en cualquier momento mientras en Colombia a nadie le importa.
En un debate televisivo con el Fiscal General del Ecuador, uno de los periodistas invitados le increpó al funcionario por la ineficacia de ciertas medidas adoptadas por su despacho. El Fiscal lo miró y respondió a su pregunta no sin antes echarle en cara su origen colombiano. A José Hernández, actual director editorial de la revista Vanguardia, la alusión no sólo le sonó fuera de lugar, sino que lo sorprendió: en sus 12 años de vida como periodista era la primera vez que algo así le sucedía en Ecuador. Sorprendido con el episodio, no le quedó más remedio que responderle: "Pues yo sí quiero decirle a usted -le dijo al aire al Fiscal- que yo tengo el honor de ser una persona que tiene las dos nacionalidades".
Lo que le sucedió a José Hernández, un periodista que para ser más justos es más ecuatoriano que colombiano, no es un caso fortuito. Infortunadamente, ese tipo de situaciones en las que se percibe un creciente sentimiento anticolombiano se ha ido incrementando de manera muy preocupante en Ecuador. Sobre todo desde el primero de marzo del año pasado, fecha en que la Policía y el Ejército colombiano incursionaron en territorio ecuatoriano y, sin avisarle al Presidente ecuatoriano, bombardearon el campamento del jefe guerrillero 'Raúl Reyes', hecho que motivó el rompimiento de las relaciones entre los dos países.
Desde entonces, las historias de colombianos que han sido bajados de un taxi por haberse declarado partidarios del presidente Uribe se han ido multiplicando, así como los trámites y el costo para la revalidación de las visas a los colombianos residentes. No menos sorprendentes han resultado las declaraciones dadas por el dimitente ministro de Gobierno, Fernando Bustamante, un reconocido intelectual liberal, en las que justificó la exigencia del certificado judicial a los colombianos que entran al Ecuador, basándose en "la percepción ciudadana" -que nadie ha podido probar en la realidad- de que "el libre ingreso de colombianos ha contribuido a la inseguridad". En esa misma línea estaría el ex canciller Francisco Carrión, quien recuerda que en las cárceles ecuatorianas la mayoría de los presos no son de ese país sino colombianos.
Por no hablar de que en los almacenes de Quito y Guayaquil a los vendedores colombianos, antes tan apetecidos por los comerciantes debido a su destreza en ese campo, se les contrata cada vez menos. "El acento ya no les gusta", me dijo una colombiana que ha sentido en carne propia un cambio sustancial en la forma como los ecuatorianos resienten el uso de imperativos y el hablar directo y francote que caracteriza al colombiano. "Es que suenan tan arrogantes como el presidente Uribe", me dijo un taxista que no le perdona "que le haya mentido a Correa como lo hizo".
Yo misma fui objeto de una fuerte recriminación en ese sentido por parte del jefe de prensa del dimitente ministro, a quien le disgustó tremendamente el tono de voz que utilicé por el teléfono cuando lo llamé a pedirle de manera infructuosa una entrevista con su jefe: "¡No tiene que levantar la voz para pedir una entrevista con el Ministro!", me dijo de manera drástica, como si mi tono lo hubiera agredido.
"Es probable que a muchos colombianos en Ecuador les esté pasando lo que les sucedió a los musulmanes en Estados Unidos, después del 11 de septiembre", me confesó, muy a su pesar, Guadalupe Mantilla, la dueña y directora del periódico El Comercio, el diario más influyente y más antiguo de Ecuador, por el que además ha pasado una pléyade de importantes periodistas colombianos que llegaron a Ecuador hace muchos años.
Hoy, sin embargo, los vientos que recorren ese país son otros y de la visión idílica que se tenía hace 10 ó 20 años de los colombianos, se ha pasado a una marcada por el prejuicio y la xenofobia. Prueba de ello es que a los pocos días del bombardeo del campamento de 'Reyes' en territorio ecuatoriano, dos colombianos acusados de haber violado a una niña fueron linchados por la comunidad, que prefirió quemarlos vivos a ponerlos a disposición de la justicia.
¿A qué horas los colombianos nos convertimos en los pícaros y dejamos de ser los vecinos queridos y admirados? ¿Por qué nos están odiando tantos ecuatorianos?
Para contestar esta pregunta habría primero que decir que fueron muchos los demonios que se despertaron en Ecuador -pero que se venían incubando desde hacía años- luego de la incursión colombiana del primero de marzo de 2007, día de la violación a su soberanía.
Mientras en Colombia la opinión pública aplaudió la decisión unilateral del Presidente colombiano de bombardear un campamento de las Farc en Sucumbíos, y el gobierno de Bogotá intentó lavarse las manos con la tesis de que su problema era con la amenaza terrorista de las Farc y no con el pueblo ecuatoriano, en Ecuador este acto fue como una puñalada a su nacionalismo que tocó hondas raíces culturales e históricas.
La actitud de Uribe fue registrada en Ecuador como la de un Presidente arrogante, que no quiso informarle a Correa lo que realmente había sucedido en Sucumbíos a pesar de que en los días anteriores la conversación entre los dos había sido bastante fluída. Tanto era así, que 72 horas antes del bombardeo el presidente Correa había decidido levantar la exigencia del pasado judicial para los colombianos. "Uribe se equivocó con esa actitud porque afincó en el imaginario ecuatoriano esa percepción de que los colombianos nos han mirado siempre por encima del hombro", sostiene el ex canciller Francisco Carrión, uno de los ecuatorianos que más han cuestionado la actitud imperialista de Colombia a la hora de sentarse a solucionar los problemas que afectan a una frontera de por sí porosa, entrecruzada por el narcotráfico, guerrilla, paras y desplazados.
Pero, además, en Ecuador se percibe en todos los ambientes una sensación de desconcierto frente a un país que siempre ha sido un referente cultural. Aunque también es cierto lo que dice el periodista José Hernández en el sentido de que paralela a esa percepción los ecuatorianos han mantenido una relación de amor y odio con Colombia, porque por un lado nos admiran, mientras que por el otro resienten el trato displicente que les damos.
Lo cierto es que a los ojos de los ecuatorianos, su país no mereció el trato indigno que le dio el gobierno de Colombia con el bombardeo sobre Sucumbíos. Ecuador ha recibido los últimos siete años miles y miles de refugiados, ha hecho ingentes esfuerzos para ayudarles a retomar su vida lejos del conflicto colombiano y además ha acogido en su territorio cerca de 500.000 colombianos en los últimos siete años. "El gobierno colombiano nos trató como si nosotros fuéramos un país enemigo", me dijo la subdirectora del periódico Hoy de Quito.
Para poder entender la magnitud de la indignación que ha suscitado en Ecuador el bombardeo en Sucumbíos, hay que recordar que este es el mismo país que vivió casi todo el siglo pasado un conflicto cruento con el Perú. "Por ese motivo -me recuerda Adrian Bonilla, director de Flacso- el tema de la soberanía es un tema tremendamente sensible para los ecuatorianos". Durante casi 60 años este país construyó en su imaginario la imagen de que Perú era el enemigo de su soberanía y cuando sucedió el bombardeo en Sucumbíos se despertaron todos estos fantasmas que se habían sepultado desde cuando en 1998 se pactó finalmente la paz con Perú.
Ahora entiendo lo que me dijo Gonzalo Ruiz, un periodista ecuatoriano integrante del grupo de buenos oficios constituido por la Fundación Carter, en el sentido de que los colombianos no entendimos realmente el significado de la mirada cerrera que le propinó Correa a Uribe en aquella tensa reunión de Santo Domingo. "No era simplemente la mirada de un presidente furioso que se sintió engañado. Esa mirada interpretaba un país cuya soberanía estuvo amenazada por espacio de 60 años, que fue lo que duró el conflicto con Perú". No sobra anotar que durante ese conflicto, Ecuador nunca rompió relaciones con ese país.
Evidentemente las causas del cambio en la percepción de los colombianos en Ecuador van más allá de los errores cometidos por Uribe y de esta guerra de percepciones en las que unas resultan más reales que otras. Para el canciller ecuatoriano Francisco Carrión, este cambio comenzó en el año 2000, cuando aumentó considerablemente el número de colombianos en Ecuador, muchos de los cuales habían llegado como refugiados a raíz del conflicto interno que vive el país, según datos ofrecidos por la Acnur. "Si se fija uno bien, en las cifras este aumento de la migración coincidió con el Plan Colombia, lo cual confirma la teoría del 'balloon effect', según la cual todo lo que tu reprimes por un lado sale por el otro".
En siete años, Ecuador pasó de tener una migración colombiana pequeña constituida por representantes de las elites preparadas, a tener una más popular y numerosa. Se cree que en Ecuador puede haber cerca de 500.000 colombianos, aunque muchos hablan de que la cifra puede ser el doble si se tiene en cuenta que muchos de ellos están indocumentados. Como lo dice el ex canciller Carrión, "para un país que tiene escasos 13 millones de habitantes, el impacto de la migración colombiana es de hecho bastante grande".
Muchos de esos colombianos han llegado a un país donde la oferta de empleos es reducida e insuficiente, y han desplazado a muchos nacionales que han tenido que aceptar que en la mayoría de los casos los colombianos son más preparados y más trabajadores. Lo más grave es que esta tensa situación se podría agudizar aun más en la medida en que la crisis económica se hace más latente y los puestos de trabajo escaseen, sobre todo entre los que viven en el subempleo, que en Ecuador es uno de los más altos de Suramérica.
Por si lo anterior ya no fuera difícil de manejar, existe el hecho innegable de que no todos los colombianos que han llegado a Ecuador lo han hecho con la intención de trabajar y de salir adelante. Muchos de ellos se han dedicado a montar bandas delincuenciales dedicadas a asaltar bancos y residencias. "La verdad es que cada vez que hay una noticia en los medios informando sobre el asalto a una residencia o a un banco, el jefe de la banda es colombiano", me confiesa un ecuatoriano, preocupado por el aumento de la inseguridad en su país y quien no duda de que este deterioro tenga que ver con la presencia de colombianos. "En Ecuador hasta hace poco un muerto era la gran noticia", me dice. Y aunque en realidad las bandas actuales son cada vez más mixtas o inclusive ya tienen jefes ecuatorianos, la percepción que se ha ido afincando en Ecuador es la de que las dos cosas van de la mano. Por cuenta de estas percepciones, a los colombianos que buscan arrendar un apartamento les están exigiendo tres veces más documentos que a los ecuatorianos. "No es que yo piense que todos los colombianos sean unos pillos, pero por uno que la embarra, las llevan todos", me dijo una mujer que se dedica a arrendar apartamentos.
La situación se agrava con el hecho de que este tipo de percepciones que incitan a la xenofobia y que reafirman clichés que poco ayudan a la convivencia entre unos y otros -como el de que el colombiano es un vivo y el ecuatoriano un torpe-, coinciden con un duro discurso oficial que el presidente Correa ha mantenido contra el gobierno Uribe; un discurso que sin duda es mucho más persistente e incitador que el que ha tenido Uribe contra Correa.
No hay sábado que el Presidente ecuatoriano no se refiera de manera peyorativa al gobierno colombiano ni les recuerde a los ecuatorianos la importancia de pelear por la patria y la defensa de la soberanía. "Un Presidente que ha tenido en dos años casi que cinco elecciones y que se apresta a reelegirse el próximo 26 de abril, ha sabido utilizar electoralmente el tema de Colombia para exacerbar un nacionalismo que cohesiona a los ecuatorianos y que le da buenos puntos en las encuestas", me advirtió el periodista Gonzalo Ruiz. Aunque el presidente Correa se cuida de no inmiscuir en sus diatribas sabatinas al pueblo colombiano, para muchos ecuatorianos la diferencia entre el presidente Uribe y sus súbditos en la práctica resulta más difícil de establecer.
Lo más preocupante es que mientras estos estigmas se están afincando en el imaginario ecuatoriano, no hay mucho interés por reanudar las relaciones con Colombia. Entre otras razones porque existe la sensación de que los costos de esta ruptura, medidos en términos económicos, han sido prácticamente nulos. Así lo advierte un estudio hecho por la Flacso en el que queda claro que las importaciones colombianas desde Ecuador no sólo no decrecieron, sino que tuvieron su mejor año en 2008.
La sensación de que no hay necesidad de reanudar las relaciones se afianzó aun más hace unos meses, cuando más de la mitad del Ecuador sufrió un apagón y Colombia le envió energía sin mayores contratiempos. No sería extraño que esta sensación sea la misma que se siente en Bogotá y que estos brotes xenófobos contra los colombianos que viven en Ecuador le tengan sin cuidado a la gran mayoría de los colombianos.
Yo me quedo con lo que opina el ex canciller ecuatoriano Francisco Carrión, para quien "las relaciones entre los dos países no se pueden medir por el termómetro económico porque terminan subordinándose serios problemas sociales que necesitan de una pronta solución". Ojalá no se necesite esperar a que esta olla de presión explote y se tenga que lamentar hechos violentos, para que el presidente Uribe y el presidente Correa hagan a un lado sus gigantes egos y se sienten a dialogar.
Publicado en:
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