viernes, 4 de enero de 2008

Así fue como un día entré a la guerra”
SEMANA.COM presenta el relato de un ex combatiente del Bloque Héroes de Montes de María de las Autodefensas Unidas de Colombia en el que cuenta por qué entró en la guerra, cómo salió de ella y qué anhela de su incierto futuro.
Por César Paredes
Todo el tiempo convivía con la muerte. Mientras estaba en el monte pensaba que en cualquier momento podía caer en un combate. Lo que es peor, pensaba que alguno de mis compañeros me podía matar, en un accidente o en un arranque de furia.

Nací en Montería, Córdoba, en el seno de una familia humilde, hace 25 años. Soy el hijo menor de la primera relación de mi mamá. Me crié en una finca con mis abuelos, entre vacas, caballos y cultivos. Pero un día la guerrilla los desalojó de la finca. Yo estaba muy pequeño, pero tengo los recuerdos nítidos en la mente. Me empacaron para la ciudad y fui a vivir con mi madre.

La música siempre fue mi compañera. Desde muy niño mi sueño era ser como mis héroes: mi papá y mi hermano mayor, que tocaban en fiestas música de la Costa Caribe. Todo era alegría entre tambores y gaitas. Pero a los 13 años mi padre nos abandonó. Mi mamá tuvo otro amor que al tiempo también la dejó con dos niños pequeños. Con el dinero que ganaba de tocar en fiestas la ayudaba. Alcancé a estudiar un par de semestres en la facultad de bellas artes de la Universidad de Córdoba. Quería complementar mis conocimientos empíricos del folclor caribeño.

Un día mi mamá estaba llorando por la situación. Yo no quería verla sufrir. En esa época había conocido a los dueños de una fincas lujosas, que andaban armados. Contrataban al grupo para amenizar sus parrandas. Me enteré que eran las autodefensas, recordé la escena de cuando mis abuelos fueron desalojados. Le dije a uno de los comandantes que me recibiera en su grupo. “Me va a ir bien”, “voy a poder comprarle la casita a mí mamá”, pensaba. Dejé la música y la universidad. Me fui para la guerra. Me equivoqué, ¡que Dios me perdone! Le envié una carta a mi mamá diciéndole que un amigo me había dado trabajo, que todo iba a estar bien. No le dije la verdad porque ella había sufrido mucho como para que un hijo le saliera con esas.

Durante cinco años estuve en los Montes de María, con el Bloque Héroes. Mi vida cambió totalmente. De cargar un instrumento para alegrar a la gente, pasé a cargar un fusil que era para hacer sufrir, para provocar lágrimas, angustia e infelicidad. Pero del arrepentido se vale mi Dios y yo estoy arrepentido.

Tenía que aparentar ser uno de ellos para sobrevivir. Asesinar, torturar, decapitar era necesario para ganarse el respeto de los demás, los cuales, estoy seguro, hicieron lo mismo para, de igual manera, sobrevivir. Estaba metido en una selva espesa, aguantando hambre. Luego de muchos años me adapté a una vida que no era la mía y mucho menos de los que estaban conmigo. Le mandaba dinero a mi madre y le decía que me estaba yendo bien, ¡qué mentiroso!

Uno de los recuerdos más dolorosos fue algo que me pasó cuando conocí a ‘Carroloco’. Él era un niño de 8 años, aproximadamente. Le decíamos así porque corría y corría y no se cansaba. Iba todos los días al puesto de control a buscar conversación. Un día ‘Carroloco’ me habló con una voz llena de convencimiento, me dijo: “cuando yo sea grande quiero ser uno como tú pa` dame plomo en la montaña, y ganar mucha plata, ponerme las botas, el uniforme y coger el fusil”. No sabía qué decirle a un niño cuyos héroes eran los hombres que veía armados hasta los dientes. Recordé que cuando era un niño mi padre y mi hermano eran mis héroes. Ahora nosotros éramos los héroes de los niños.

Con el tiempo me gané la confianza de los comandantes. Empecé a viajar a Medellín para conseguir abastecimiento para la tropa. Allí podía durar hasta 20 días. En uno de esos viajes conocí la mujer de mi vida, Astrid Berrío. Ella tenía dos hijas. Yo no le contaba lo que hacía. El tiempo que pasaba con ella simulaba ser un músico importante, pues tenía amigos que sí lo eran. A veces, para aparentar reunía un grupo y tocábamos. Hasta que en un combate me hirieron. Fui a un hospital en Medellín y tuve qué contarle la verdad. Entró en shock. Ella era viuda y a su ex esposo lo habían matado las AUC. La confusión fue inimaginable. Pensé que ella no me perdonaría que le hubiera mentido. Pero después lo superamos.

El tiempo que transcurrió antes de la desmovilización fue de mucha incertidumbre. Había desconfianza. Los rumores de que el proceso se iba caer, de pronto eran rebatidos por otros rumores de que las cosas entre el gobierno y los comandantes avanzaba. Pero pasaba el tiempo y de nuevo los rumores empezaban. Cuando por fin llegó la noticia de que la desmovilización era un hecho la recibimos con mucha alegría. Yo creo que todos esperábamos que el combate acabara. Había esperanza en la cara de todos. Volvimos a nuestras casas. Hubo abrazos y despedidas. El 14 de julio de 2005 volvimos a la civil 594 combatientes.

Me fui para Medellín. Allá conseguí trabajo en un taller de metalmecánica, después de buscar trabajo en mecánica diesel. En el taller, a veces sobraba material que yo utilizaba para hacer candelabros o percheros. Los compañeros del taller me decían que los diseños eran bonitos y la gente que lo visitaba me compraba las cosas. Ahí vendía lo que hacía y me ganaba un dinero extra.

Hoy tengo un taller de forja. Hago lámparas, aldabas, percheros, candelabros, y lo que me propongan que se pueda hacer con hierro. El proceso es duro, hay que calentar el material y golpearlo con fuerza. La ventaja es que la materia prima se puede conseguir barata en una chatarrería. En un mes puedo vender hasta dos millones de pesos, de los cuales tengo que sacar el sueldo de dos personas que me ayudan. Tengo el plan de crear una empresa. Ya le tengo nombre ‘S.J.S’, que son los nombres de mi hijo y mis otras dos hijas: Santiago, Juliana y Sara.

Recibo ayuda económica, sicológica y talleres. Estoy a la expectativa de la ayuda de la Alta Consejería, que ha prometido asesorarnos en planes de negocio. Pero la iniciativa de la empresa fue personal, yo mismo lo he ido montando con la ayuda de quien hoy es mi esposa y algunos ahorros. Voy a las ferias de San Alejo que hacen en Medellín y a los eventos que puedo. No tengo miedo. Creo que la seguridad depende de hacer bien las cosas, de ser juicioso y no meterse con nadie.

No cambiaría esta nueva vida por nada. No fue fácil adaptarme a la civilización, pero creo que voy bien. A veces vienen recuerdos que me atormentan, cosas que quiero olvidar. Pero el tratamiento sicológico me ha ayudado mucho. De eso se trata, de cambiar de vida. No hay bendición más grande que ver crecer a mi niño, que me dé un abrazo y me diga “buenos días papá”. No hay nada mejor que esperar con ansia a que llegue un fin de semana para compartir mi familia, así sea para ir a comer helado al parque. Eso es felicidad. No volvería nunca a las montañas. Hoy creo que la guerra nace de la ignorancia.

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