lunes, 8 de septiembre de 2008

Atrapados en la Sierra

Las familias nunca tuvieron un indicio de lo ocurrido
Atrapados en la Sierra
Por: Diana Carolina Durán Núñez
El próximo 9 de septiembre rendirá versión libre alias ‘Rigo’, un desmovilizado del Bloque Norte que es el responsable de la desaparición y muerte de tres jóvenes en la Sierra Nevada de Santa Marta. Uno de ellos era italiano.

Al grupo de Justicia y Paz que hizo la exhumación le tomó cuatro días y 114 huecos en la tierra para dar con los tres cuerpos. A las familias de Eduardo Delgado, José Carlos Hidalgo y Marco Micheletti les tomó toda una década conocer la suerte que corrieron los suyos. El primero era un estudiante de biología marina de Bogotá. El segundo, un guía ecoturístico que vivía en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, y el tercero, un italiano cuya novia era la hermana del segundo. La casualidad juntó sus vidas. La fatalidad acabó con ellas.

La madre de Eduardo Andrés Delgado Torres persiguió el rastro de su hijo durante 10 años. Quería saber qué había pasado con aquel joven de 22 años de edad que dejó su casa con intenciones de pasar un mes en la costa y al que, el 11 de junio de 1998, su familia empezó a considerar como desaparecido. Luego de 15 días sin noticias, viajó a la zona a ver si obtenía algún dato que la condujera al paradero de su hijo mayor. Nada. Durante casi dos años tocó puertas en el Gobierno, la Fiscalía, las Fuerzas Armadas, la ONU, la embajada italiana. Nadie sabía nada.

Elsa Torres de Delgado viajó hasta el área donde habían visto a los tres jóvenes por última vez: la finca Miraflores, propiedad de la familia Hidalgo, situada en las estribaciones de la Sierra. “Me sentí impotente, desolada. Me senté a llorar mientras pensaba ¿a quién le pregunto?, ¿en dónde busco?”. Habló con el Gaula, entidad que los registró como secuestrados. Habló con la Cruz Roja, con los obispos de Santa Marta y de Valledupar. Pero nadie sabía cómo ayudarla, porque todos seguían sin saber nada.

Contactó a los grupos guerrilleros. Un comandante que se identificó con el alias de Nicolás, del Eln, la llamó personalmente, a medidos de 1999, a decirle que ellos no sabían de su hijo y sus amigos. “Tal vez los tienen las Farc”, le dijeron. Pero los intermediarios que ella había establecido con esa guerrilla se lo negaron. Durante años envió cientos de cartas. Muy pocas tuvieron contestación. Hasta que, el año pasado, alguien le dijo que tal vez los paramilitares sabían del destino de los muchachos. Entonces, su cuñada consiguió el teléfono de Zeneida López, una fiscal de Barranquilla que investiga los crímenes del Bloque Resistencia Tayrona.

Doña Elsa, quien había contactado con anterioridad a Luis González León, director de la Unidad de Justicia y Paz, habló con la fiscal. Le contó del caso y comenzaron nuevamente las indagaciones. “Nos resultó conmovedor”, dice la funcionaria. “Fue por doña Elsa que supimos de Eduardo y de sus dos acompañantes.

Fue por su tenacidad que finalmente pudo saber qué pasó con su hijo”. Pero la Fiscalía determinó que el corregimiento de Minca, a 14 kilómetros de Santa Marta, donde desaparecieron Eduardo, José Carlos y Marco, no era un área de influencia de Hernán Giraldo y sus hombres.

Las pistas guiaron a la fiscal hacia Los Rojas, un grupo paramilitar que hacía parte de la estructura del Bloque Norte. En marzo pasado, dos investigadores de su equipo entrevistaron a Rigoberto Rojas, alias Rigo, hijo del jefe del grupo (Adán Rojas Ospino) y encargado de Minca y sus alrededores. En la cárcel Modelo de Barranquilla, Rigo aceptó ser el responsable de la desaparición de los jóvenes. Les dijo que habían sido enterrados en la finca Miraflores, la de la familia de uno de los desaparecidos.

El pasado martes 12 de agosto, por segunda vez, una comisión de Justicia y Paz llegó al lugar. El primer día se hicieron 35 excavaciones. El segundo día, en el hueco número 46, el equipo criminalístico encontró los restos de una persona. Aún no se sabe de cuál de los tres jóvenes. El tercer día, después de 33 exploraciones, apareció la segunda fosa y ya no hubo lugar a dudas: una cédula, un carnet de buceo, otro de la universidad y el pase de conducción dejaron claro que quien yacía ahí era el biólogo marino.

“Uno de ellos era simpatizante del Eln”, fueron las palabras de Rigo para intentar justificar el crimen. Las familias de los tres muchachos niegan rotundamente cualquier conexión con la guerrilla y resaltan el amor de los tres por la naturaleza. Doña Elsa, quien asumió la cabeza de su hogar 22 años atrás, cuando su esposo falleció de un paro cardiaco, dice que no quiere saber nada de funerales. Rompe en llanto de pensar en la idea de que le devuelvan a su hijo en una cajita. “Él siempre fue una persona feliz. Yo quiero recordarlo así”.

En su cabeza sólo está la idea de viajar a Barranquilla el próximo 9 de septiembre, día en que Rigo rendirá versión libre ante la fiscal Zeneida López. “Cuando uno tiene un hijo desaparecido, es como andar en una cuerdita entre el cielo y la tierra. Esa cuerda se me rompió cuando me dijeron que a mi hijo lo habían ‘mandado asesinar’. Esas fue la palabra, ‘asesinar’, expresa doña Elsa con la voz quebrada. “En el fondo, siempre mantuve la ilusión de pensar cómo sería la vida a partir del momento en que él apareciera. Ahora, con este aterrizaje forzoso, ya no tengo esperanza de nada. Sólo de saber qué pasó. Y por qué


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