sábado, 7 de marzo de 2009

¿Por qué los liberan?

Las Farc quieren revivir la posibilidad de una negociación política. Análisis de SEMANA.

Sin despeje, sin contraprestaciones, sin mediación internacional y sin el show mediático de ocasiones anteriores, las Farc por fin liberarán a seis de los 24 secuestrados políticos y militares considerados canjeables y que llevan más de seis años secuestrados: el ex gobernador de Meta Alan Jara, el ex diputado del Valle Sigifredo López, tres policías y un soldado. No se trata de compasión, de remordimiento, ni de un repentino acogimiento de las normas humanitarias por parte del grupo insurgente. Detrás del gesto de la guerrilla hay una cuidadosa estrategia para reconfigurar el difícil escenario político y militar en el que quedó luego de los contundentes golpes que recibieron el año pasado: el bombardeo a 'Raúl Reyes', la muerte natural de 'Tirofijo', la exitosa Operación Jaque y una ofensiva de las Fuerzas Militares que los tiene acorralados.

Unos pocos años atrás, su estrategia de convertir el intercambio humanitario en una bandera política para cabalgar en el escenario internacional parecía no tener freno. Países europeos considerados pesos pesados, como Francia, Suiza y España, estaban seriamente interesados en que se lograra el canje entre los secuestrados políticos y guerrilleros presos. Y en 2007 el presidente venezolano, Hugo Chávez, también se la jugó por el mismo objetivo, primero con la autorización del gobierno colombiano, y luego sin ella, lo cual llevó a una tensión en las relaciones bilaterales.

El caso es que hace poco más de un año, en diciembre de 2007, las Farc lograron atraer el interés de la comunidad internacional, que envió decenas de delegados para ver la primera liberación unilateral de secuestrados. La masiva asistencia de enviados de América Latina respondía a que en el vecindario predominan los gobiernos de izquierda, muchos indulgentes con la lucha de las Farc. Hasta Hollywood tuvo su participación, cuando el conocido director Oliver Stone desembarcó en los Llanos a la espera de la ansiada libertad de Consuelo Perdomo, Clara Rojas y el niño Emmanuel. Pero, como quedó en evidencia, las Farc no tenían en su poder al menor, y el fiasco destruyó el tinglado que se había montado, ante la indignación de los colombianos.

No obstante, en enero y febrero de 2008 fueron liberados unilateralmente, y sobre el regazo de Chávez, seis políticos. Cuando la guerrilla había anunciado que no haría más gestos unilaterales y que insistiría en el intercambio humanitario, vinieron los golpes más duros contra el Secretariado en toda su historia: las muertes de 'Raúl Reyes' e 'Iván Ríos', y de su legendario líder Manuel Marulanda. La estocada final a su bandera del intercambio vino con la Operación Jaque, que les arrebató en sus narices a los secuestrados más preciados y que tenían más impacto internacional: Íngrid Betancourt y los tres norteamericanos.

Arrinconadas en lo militar, con millones de colombianos en las calles para expresar su repudio a sus actos de barbarie y con una comunidad internacional nuevamente indiferente ante el conflicto colombiano, las Farc quedaron sin ningún tipo de iniciativa.

Además, en la peor situación moral y sicológica en su larga vida revolucionaria. Con la sensación de estar vigilados e infiltrados, con desmovilizaciones diarias de sus tropas y con una profunda desconfianza hacia todos los mediadores y agentes humanitarios. Y, obviamente, con profunda rabia hacia el gobierno. La muerte de 'Tirofijo' dejó una sensación de orfandad, y el nuevo comandante en jefe, Alfonso Cano, está en la obligación de demostrar que es capaz de liderar esta guerrilla en el peor momento de su historia.

Ante semejante clima, la desconfianza se convirtió en regla. Las Farc no le creen a la Iglesia, ven con cierto recelo a la Cruz Roja y consideran traidor al gobierno. Los colombianos no le creen nada a la guerrilla, y el gobierno tilda a las Farc de tramposas. Así se tejió una especie de laberinto sin salida, con el agravante de que por lo menos 25 personas seguían agonizando en la selva ante la indiferencia de la comunidad internacional y el olvido de los colombianos.

Hasta cuando el intercambio epistolar con un grupo de intelectuales, y con Piedad Córdoba -denominado Colombianos por la Paz- le sirvió de pretexto al Secretariado para volver a hablar de liberaciones, de intercambio humanitario y del secuestro.

Pero ¿para dónde realmente van las Farc con estas liberaciones?

Durante varias décadas, las Farc estuvieron ebrias de sangre y pólvora. Atacaron pueblos, asesinaron políticos, secuestraron civiles y optaron por el camino de las organizaciones clandestinas. En fin, hicieron de la dialéctica del plomo su único lenguaje para ser oídos por la sociedad, mientras a su vez, eran sordas a los clamores de tregua que les hacían los gobiernos y el país.

Pero, ante la vertiginosa pérdida de terreno militar -quizá irreversible-, los jefes guerrilleros buscan un oxígeno urgente. Y el único instrumento que tienen hoy para ello son los secuestrados. Por eso es muy probable que vengan más liberaciones unilaterales como ésta. Es posible que insistan en un intercambio, pero sin las condiciones que han puesto en el pasado, como el despeje de territorio. Incluso, lo que habría detrás de estas liberaciones es el camino hacia el abandono del secuestro como arma de guerra, como ya se lo han hecho saber a varias de las personas que han tenido comunicación con miembros del Secretariado.

A pesar de la explicable desconfianza de la mayoría de los colombianos, hay varias razones que llevarían a las Farc a dejar ese delito de lesa humanidad. La primera es que el balance del secuestro ha sido nefasto para su lucha armada. Ante los ojos de la comunidad internacional son vistos hoy como viles criminales, salvo expresiones aisladas de caudillos neopopulistas estilo Chávez. Y ante los ojos de los colombianos aparecen como un grupo terrorista que sólo ha logrado un baño de sangre que los ha dejado con el terror como única fuente de poder.

Pero también hay razones prácticas. El secuestro requiere control de territorios, algo que la guerrilla ha perdido fuertemente, y un gran esfuerzo logístico. En una balanza de costo-beneficio, hoy para ellos es muy difícil secuestrar. De hecho, los secuestros de las Farc hoy no representan más del 20 por ciento del total de los que ocurren en el país, y eso que, según el gobierno, este delito ha disminuido en 89 por ciento. En cifras reales, mientras hace una década las guerrillas podían secuestrar a 1.500 personas al año, ahora esa cifra llega a 70, aproximadamente.

En cambio, la guerrilla ha encontrado en la extorsión a grandes empresas nacionales y extranjeras, una nueva fórmula de financiación. Necesitan menos logística, es rápida, y el castigo a quienes no cumplen con sus imposiciones es el sabotaje terrorista, como quedó demostrado la semana pasada cuando pusieron un petardo en la sede de Blockbuster, en el norte de Bogotá, que mató a dos personas.

Pero, más allá de las consideraciones sobre la suspensión del secuestro -que está por verse-, estas liberaciones son el preámbulo para ambientar la idea de una negociación de paz, que quieren y necesitan las Farc.

En ese contexto, las próximas elecciones son cruciales para ese grupo. Los años de Uribe los han dejado en agonía y un tercer período del Presidente los pone en riesgo de superviviencia. Muchos creen que Uribe buscará otros cuatro años para apostar por el aniquilamiento total de la guerrilla.

Las Farc consideran que con las liberaciones están debilitando la seguridad democrática y que si Alfonso Cano muestra la mano tendida, la negociación necesariamente se convertirá en un eje fundamental de la campaña de 2010. Obviamente la guerrilla preferiría negociar con un Presidente que no sea Uribe. Le gustaría un gobierno más blando, que les dé reconocimiento político y que les permita tomar aire y fortalecerse como lo han hecho en el pasado en treguas o procesos de paz. Situación que seguramente aprovecharían para recuperar su iniciativa militar, o para buscar una negociación donde ellos sean una contraparte fuerte. Exactamente lo que Uribe resume en una palabra: la hecatombe.

La anterior, sin embargo, es una lectura tan simple como ingenua. En primer lugar, porque en un eventual tercer gobierno de Álvaro Uribe es muy probable que él mismo empiece una negociación de paz. Uribe ha comandado bien la guerra y sería feliz sellando la paz. Aunque no parezca, Uribe sabe que en un territorio tan difícil y con narcotráfico es imposible liquidar una guerrilla a punta de plomo. Su meta, en últimas, es llevarlas a negociar sobre la base de la derrota militar. Algo que quizá no está muy lejano, pero que no alcanzará a hacer en un año y medio que le resta de gobierno. El problema es que una reelección de Uribe es absolutamente inconveniente para el país. Su permanencia en el poder es una bomba de tiempo para la estabilidad institucional y el equilibrio de poderes de cualquier democracia.

La otra falacia que ha hecho carrera es que un Presidente diferente a Uribe sería complaciente con las Farc y echaría atrás lo que se ha ganado con la seguridad democrática. Si algo ha quedado claro en estos años es que la seguridad ya es una política de Estado y un derecho que el ciudadano no se va a dejar quitar. Por eso, de la baraja de presidenciables con opción no existe alguno que se niegue a continuar con la ofensiva militar contra la guerrilla. Defender la seguridad democrática es necesario para la democracia y popular para el gobernante.

Pero así mismo, cualquiera que sea el próximo Presidente, tendrá que manejar la dialéctica de la mano dura de la guerra y la mano blanda de la salida política. Y la palabra negociación estará sobre la mesa del próximo gobernante de Colombia, sea Lucho Garzón, Sergio Fajardo, Juan Manuel Santos, Noemí Sanín o Germán Vargas Lleras. Cualquier político sensato sabe que es mejor terminar una guerra insurgente en una mesa de diálogo que permitir una sangrienta agonía costosa en lo humano y en lo material para el país que la sufre. Con el riesgo enorme de que sea una guerra que nunca termine y tenga ciclos recurrentes de ofensivas y contraofensivas. Algo que Colombia ya conoce, y no soporta más.

Sin embargo, un escenario de negociación no deja de ser complicado. Primero, porque a estas alturas ya no se sabe a quién representan las Farc. Difícilmente se les podrá reconocer la legitimidad para hablar de temas gruesos como la reforma agraria, pues hace tiempo esa guerrilla no representa más que su propia ambición criminal. En segundo lugar, la Ley de Justicia y Paz, que se hizo con los paramilitares, le puso un rasero a una negociación en el país que es difícil ignorar. Las víctimas se han convertido en protagonistas sociales muy importantes y no aguantarán una alta dosis de impunidad, que es a lo que aspirarían las Farc.

Tampoco será fácil bajar el estándar frente a la justicia internacional, que ha seguido con lupa el proceso con los paramilitares y los crímenes de lesa humanidad que se cometen en Colombia, donde las Farc han sido protagonistas. Como si fuera poco, las épocas de los 90 con el M-19, en las que se negociaba una tajada de poder político, parecen haber llegado a su fin. En Colombia se ha impuesto el modelo de la deserción, la entrega de armas y la reincorporación. Y justamente el debate sobre si concederles a las Farc poder político en una mesa es el nudo gordiano y lo que definirá en últimas el tipo de proceso que se podría adelantar.

Aun así, en el mejor de los casos las liberaciones podrían ser la primera piedra para abrir espacios de negociación para ponerle fin a la guerra. Pero existe un peligro. Que las Farc empiece a pisar los fangosos terrenos en los que quedó atrapado el ELN hace dos décadas, cuando decidió enarbolar la bandera de la mal llamada humanización de la guerra. En la práctica eso significaría hacer pequeñas concesiones en materia humanitaria, como abandonar el secuestro político, pero con la trampa de dejar abierta la puerta para seguir haciendo secuestros extorsivos. Estas medidas intermedias, que a primera vista hacen menos cruel la guerra, suelen servir, por el contrario, para prolongarla. Y para evitar que se hable de lo que realmente es importante: cómo ponerle fin al conflicto.

Algo a lo que muchas personas, de buena fe, le pueden hacer el juego, y que puede dejar atrapado al país por años en una guerra que los colombianos ya han padecido demasiado.

Publicado
en www.semana.com

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