Número 178 – junio 28 de 2007
Colombia, la res nostra
Por: Rafael Rincón
Si el filósofo griego Aristóteles (384-322 a.C.) viviera hoy en Colombia, su célebre frase en la que define al hombre como un zoon politikon (animal político) hubiera terminado acuñada como zoon ‘parapolitikon’ (animal parapolítico).
Según el estagirita, el animal político se ocupaba de la polis, de la ciudad, del Estado, de su funcionamiento, de su organización y estructura. Lo propio de él era lo público, que era también la vida social. Lo político era la ciudad, el Estado, lo social.
Colombia es un país sin política. Un país sin Congreso, sin lo público y con la ciudadanía amenazada. Un Estado inferior, algo menos que Estado.
En las democracias, el lugar por excelencia de la política es el Congreso de la República. Pero, el Congreso colombiano fue convertido en el hábitat, la madriguera, de los señores de la guerra. Primero fue la visita al Congreso del comandante paramilitar Salvatore Mancuso y su séquito vociferante: ellos se sentaron, intimidaron y ordenaron. Fue la ‘palomita’ parlamentaria, el país creyó que eran extraños, pero realmente estaban visitando a sus pares.
Luego, se cayó el tinglado cuando la Corte Suprema de Justicia sindicó a una veintena de congresistas por secuestro y concierto para delinquir, quedando al descubierto los congresistas prepago del paramilitarismo y del narcotráfico. Quedaron también en evidencia las jurisdicciones electorales de la parapolítica. El partido presidencial de la U quedó al descubierto con sus tenebrosas alianzas.
Si la política es debate y deliberación, en Colombia no hay política porque las leyes se hacen en desayunos presidenciales, se aprueban ‘micos’ a pupitrazo limpio y se obedece cerrilmente las directivas del ‘líder’ del Ejecutivo.
La política desaparece cuando la deliberación es remplazada por la imposición. En el Congreso, los derechos de las personas desaparecen en oscuras conciliaciones, pactos del más allá o mandatos de la obra de Dios, como ocurrió con los derechos de las parejas homosexuales.
No hay política en Colombia porque la cosa pública, la res pública, la República, no la asumen ni el Presidente ni el Congreso. Ellos son Presidente y Congreso de la cosa nostra, de la res de los hacendados, son los guardas de la res privada.
El cuestionado ganadero del Magdalena Medio, Carlos Arturo Clavijo Vargas, líder del movimiento No al despeje, llegó al Congreso en el año 2002, con Rocío Arias como fórmula a la Cámara de Representantes, para cuidar sus reces, su hato ganadero y el de sus compinches. Él no llegó a deliberar, llegó a imponer un proyecto político para refundar un nuevo país que había pactado con su candidato a la presidencia en el municipio de Puerto Berrío (Antioquia), el ex gobernador Álvaro Uribe Vélez.
El animal parapolítico es la negación de la política. Se ocupa desde el mundo privado de lo público, niega al Estado, pero lo convierte en un trampolín para los negocios privados.
La parapolítica es, parodiando al teórico político alemán Carl Schmitt, la guerra por otros medios. Los paramilitares, cuando tomaron la decisión de institucionalizar su proyecto ‘político’ triunfante, consagrado en la Constitución de Paramillo (2001), que consiste en refundar al país, lo que hicieron fue decidir continuar la guerra por otros medios.
Esa guerra, que produce mejores resultados que la paz, que es más económica que la paz, es el estado político deseado, es un estado parapolítico, llamado por ellos “Estado Comunitario”, porque pone en común las instituciones del Estado democrático con los intereses de la sociedad autoritaria.
La parapolítica, esa que enarbola la seguridad democrática y muestra como botín la disminución de homicidios, es, ni más ni menos, una propuesta de ‘guerra fría’ a la colombiana.
Ése es el famoso postconflicto en donde nace la Comisión Nacional de Reconciliación y la Ley 975 de 2005, son las legislaciones para acomodar las secuelas del nuevo orden.
Lo más público para este zoon ‘parapolitikon’ colombiano es el Tratado de Libre Comercio (TLC), porque es lo más común de los intereses particulares dominantes. Es un tratado que el ‘parapolitikon’ define como la síntesis de todas las oportunidades de negocios.
El zoon ‘parapolitikon’ no se interesa por los dracmas, ni por los dramas, su interés son los dólares y las comedias. El dolor de las víctimas del desplazamiento forzado se celebra con papayeras, confetis y algarabías, en donde las bases sociales extorsionadas alaban y rinden culto a los crímenes de lesa humanidad de sus amos.
El animal parapolítico es un ciudadano sin Estado. Aprendió la autodefensa y convirtió la estrategia antisubversiva en proyecto de Estado. El animal parapolítico responsabiliza al Estado de la falta de seguridad, afirma que no hay Estado que lo defienda. Es un parapolitikon que no tiene obligaciones, no paga impuestos, pero quiere tener privilegios, quiere tener un Estado que le cuide las tierras, que proteja la res nostra.
El zoon ‘parapolitikon’ tiene ejércitos particulares, tolerados muchas veces por los ejércitos oficiales, para garantizar su status quo, que es un estatus social que denigra del estatus político.
La parapolítica es el dominio del miedo, el triunfo de un orden conservador, de una economía ilegal, la negación de las libertades. Es el autoritarismo sin Estado, es la arbitrariedad de civil, una dictadura sin charreteras.
* Director del Consultorio de Derechos y Gobernabilidad háBeas Corpus.
Publicado en El Turbion No 178
sábado, 30 de junio de 2007
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