lunes, 25 de junio de 2007

NAVEGANDO POR EL RÍO DE LA MUERTE

NAVEGANDO POR EL RÍO DE LA MUERTE
A través de sus 500 kilómetros, el Atrato ha llevado guerra y muerte a poblaciones sumidas en la pobreza y el abandono. Hoy está en vía de recuperación y cerca de mil hombres, de la Armada y el Ejército, patrullan sus aguas día y noche. Infierno verde.


Hablar del Atrato es sinónimo de pobreza, conflicto y tristeza. Este río, uno de los más caudalosos de Colombia, es la única vía de comunicación de muchos caseríos que subsisten de la pesca y los pequeños cultivos a través de los 498 kilómetros que recorre entre Turbo, en el Urabá, y Quibdó, en el sur del Chocó. Para los habitantes de las zonas ribereñas el río, en lugar de traer progreso, vida y comunicación, trajo la muerte.
Todos recuerdan que la muerte llegó por su desembocadura en el mar Caribe, a comienzos de los años 80, cuando las guerrillas –Farc, Eln y Epl– empezaron a copar esta zona fronteriza con Panamá, utilizándola como sitio de retirada tras las operaciones que realizaban en Urabá, Antioquia y Córdoba y se asentaron en varias poblaciones imponiéndose con extorsiones y secuestros. Sus aguas también trajeron a los grupos paramilitares en los años 90, que venían de “pacificar” el Urabá antioqueño. Las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu), se impusieron con bloqueos, amenazas, asesinatos selectivos, desapariciones y masacres desde la parte baja, hasta llegar, en 1996, al alto Atrato.
Ese año incursionaron en Carmen de Atrato, masacrando y produciendo el desplazamiento de los campesinos a Quibdó, ciudad que se convirtió en centro de abastecimiento y cobro de “vacunas” a los comerciantes, reclutamiento de colaboradores y control territorial.Por el río, los habitantes de esta zona vieron llegar las tropas oficiales que iniciaron sus operaciones ofensivas contra los frentes 57 y 34 de las Farc, que intentaban usar este corredor estratégico para la entrada de armas y salida de droga. El Atrato fue el escenario de fuertes enfrentamientos directos entre las guerrillas y las autodefensas y en sus aguas murieron, en 1999, el sacerdote Jorge Luis Mazo y el cooperante de Bilbao, Iñigo Eguiluz, de la ONG Paz y Tercer Mundo, en un choque de embarcaciones, provocado por los paramilitares.
Y fue el río, el objetivo central de la retoma de la zona por parte de las Farc y el Eln en su reacción ante el avance paramilitar, a partir del 2000. Unos y otros hacían retenes para bloquear a los comerciantes que acusaban de ser colaboradores del otro bando, asesinaban civiles y provocaban desplazamientos.
Vígía del Fuerte y Bellavista fueron centros neurálgicos de la confrontación. El río fue el punto de honor. Quien controlara sus aguas tenía asegurada la zona. El río sirvió de cementerio, pues muchos cadáveres fueron a parar allí. Y también fue la salvación para muchos, ya que fue la única vía por la que miles de desplazados huyeron despavoridos buscando llegar a Medellín, Cali y luego a Bogotá.
En esa disputa, las Farc se tomaron Vigía del Fuerte, mataron 21 policías y ocho civiles. Después llegaron unos 300 paramilitares del Bloque Elmer Cárdenas, comandados por ‘El Alemán’. Venían a recuperar la zona. El resultado ya se conoce: la más sangrienta masacre que recuerda el país donde 119 chocoanos murieron el 2 de mayo de 2002. Así fue llegando la guerra a lo largo del río y sus afluentes y así se fue acabando el comercio, el tráfico y los pueblos fueron quedando solos. “Hace siete años en Murindó quedaron tres familias, aquí vivía y mandaba la guerrilla y los paras en Vigía del Fuerte y Riosucio y no dejaban pasar la comida porque nos decían que era para dársela a los otros. Así, nos empezamos a ir por miedo a que nos mataran”, recuerda Eliécer Gutiérrez. Pero en medio del conflicto, esta zona sigue siendo epicentro de grandes proyectos como el canal interoceánico, hidroeléctricas, explotación de petróleo, oro, madera, plata, platino y uranio y la producción a gran escala de palma africana. Muchos intereses confluyen allí, una de las zonas más biodiversas del planeta.
En octubre del 2005 nació la Fuerza de Tarea Conjunta del Atrato, con el fin de controlar los afluentes, restringir el paso y bloquear los corredores de movilidad por donde estos grupos intentan mover droga, secuestrados y armas entre el centro y el occidente del país. Pero fue todo un proceso. La retoma por parte de las Fuerzas Armadas comenzó en 2002, por el mismo sitio donde 20 años atrás habían empezado a llegar los grupos causantes de la violencia: la desembocadura del Atrato.En 2003 las tropas oficiales habían llegado a Riosucio, y en 2004 lograron remontar el río hasta Quibdó. Con la creación de la Fuerza de Tarea Conjunta se concentraron, a partir de 2005, en llegar a los afluentes del Chocó para internarse un poco más en la zona del medio y alto Atrato, pero sin mucho éxito por la dificultad para las comunicaciones y el abastecimiento de las tropas.Cuando los habitantes de las riberas vieron las bases militares, los patrullajes sobre el río, las operaciones permanentes y las embarcaciones de carga y pasajeros navegando de nuevo por el río, vieron que las cosas habían empezado a cambiar. “Al comienzo veíamos con desconfianza a los militares, pero cuando supimos que se quedaban, pues empezamos a volver”, dice Eliécer.
A través del río, los militares llegaron con brigadas de salud y vacunación y apoyaron las actividades de inversión encabezadas por Acción Social, entregando mercados y promoviendo el programa de familias guardabosques. Poco a poco, los ríos Murri, Napipí, Bojayá y Opagadó empezaron a ser controlados por la fuerza pública. Murindó, considerado como bastión de las Farc, desde donde lanzaron ataques como la toma al puesto de infantería de marina en Juradó y la matanza de Bojayá, ha sido el epicentro de intenso trabajo de las tropas estatales con la población civil.Todavía hay denuncias de violaciones a los derechos humanos contra la población afrodescendiente y aún varios frentes de las Farc siguen en la zona: el 58, el 5, el 18, el 34 y el 57, pero incluso así, cerca de mil hombres que custodian el río están aprendiendo a ganarse la confianza de la gente por estar allí cerca de ellos. “Ahora estamos mejor, antes no nos dejaban pasar la comida, las 29 comunidades indígenas de esta zona han sufrido mucho”, dice José Emilio Lomicó, del cabildo mayor de Murindó.
Lo cierto es que el río Atrato cambió: en el 2005 se movilizaron seis millones de toneladas de carga y el año pasado superaron los nueve millones. El tráfico de embarcaciones también aumentó. Pasó de 1.500 en 2005 a 3.500 en el 2006, y el de pasajeros subió de 75.000 en el 2005 a casi 100.000 en el 2006. Ahora Curvaradó tiene luz todo el tiempo y ya volvieron los profesores. Todavía falta mucho por recuperar y nadie lo duda al ver en época de invierno las casas completamente inundadas y la poca presencia del Estado, pero la gente confía. “Hasta la economía ha mejorado un poco”, dice Édison Mercado, uno de los líderes comunitarios de Curvaradó y Alfonso Romaña, representante legal de Carmen del Darién le contesta: “Poco a poco vamos a recuperar todo lo que hemos perdido”.
Destacados:Ahora a Curvaradó volvieron la energía eléctrica y los profesores.Murindó, considerado como bastión de las Farc, ha sido el centro de atención y recuperación de las tropas oficiales.

Publicado en www.cromos.com.co

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