jueves, 19 de marzo de 2009

Un día perfecto




Conflicto armado Este martes todo salió como se esperaba y Alan Jara volvió a casa, flaco y algo enfermo, pero lleno de buen humor. Crónica de Thomas Sparrow, enviado especial de Semana a Villavicencio.

Cuando Alan Jara Urzola aterrizó en el aeropuerto Vanguardia de Villavicencio, a las 2:10 p.m., dos policías que trataban de mantener el orden entre los periodistas no aguantaron más y agacharon la cabeza. Con lágrimas en sus ojos observaban como Alan Felipe, de 15 años, se abrazaba largamente con su padre, que bajó del helicóptero brasilero muy delgado y con un aspecto enfermizo.

Siguió una eternidad de abrazos, de gritos y de aplausos por el político liberal, que es el hombre del momento en el Meta, donde trabajó como gobernador antes de su secuestro.

Al lado mío, un fotógrafo también lloraba mientras trataba de captar, con su cámara y sus manos temblorosas, el emocionante recibimiento. Alan Jara estaba ahora a menos de medio metro, se detuvo justo en frente de las cámaras y afirmó a un periodista local, con una voz apenas perceptible y sin aliento, que estaba libre, pero que estaba enfermo. Sus palabras, de resto, no se escucharon por los gritos de “Alan, Alan”, presentes desde que se vio el helicóptero brasilero a lo lejos.

La llegada de Jara literalmente acabó con la calma que había sido la costumbre durante el día entero. Afuera del Vanguardia esperaba ya un grupo grande de personas y en la glorieta donde antes les había sido negada la entrada a los periodistas, donde queda el Monumento de las Arpas, la caravana de carros ya estaba lista.

Así mismo, a la entrada del Club Meta, donde se celebró la rueda de prensa, había una multitud. En Villavicencio se escucharon fuegos artificiales y hasta Gloria Cuartas, una curtida líder de los movimientos sociales y miembro de la Comisión de Reparación y Reconciliación, y ahora participante activa de Colombianos por la paz, admitió que se le había erizado la piel. La emoción era generalizada.

Sin embargo, hasta su llegada, todo había sido distinto. La entrega de Jara fue la antítesis de la que se vivió dos días antes, cuando cuatro uniformados, Alexis Torres, Juan Fernando Galicia, Walter Lozano y William Domínguez, recobraron la libertad y también llegaron a la capital del Meta. El domingo había sido el caos: en el aeropuerto todos los periodistas corrían de un lado para otro sin saber mucha información, las noticias cambiaron abruptamente varias veces y el helicóptero con los liberados, que inicialmente debía aterrizar alrededor del medio día, llegó finalmente a las 7 de la noche y en medio de todo tipo de especulaciones por el retraso.

El agitado día todavía no había acabado y todavía faltaban una bomba en Cali y las declaraciones del Presidente que anunció que solamente el Comité Internacional de la Cruz Roja (Cicr) y la tripulación brasilera podrían ir a las demás liberaciones, excluyendo de un tajo a Piedad Córdoba y los demás miembros de la organización civil que había logrado la liberación.

Este martes, a diferencia del domingo, todo ocurrió según lo previsto y sin ninguna complicación. La senadora Córdoba había anunciado que la operación comenzaría alrededor de las 8 de la mañana, y así fue: Yves Heller, portavoz del Cicr, apareció poco después de esa hora para confirmar que la aeronave había despegado y que, de acuerdo con lo que se había convenido, sólo viajaba Córdoba en representación de Colombianos por la paz.

El gobierno había echado para atrás su orden inicial y finalmente había autorizado sólo a la senadora a viajar con la misión humanitaria. Ella anunció luego, en rueda de prensa, que a pesar del cambio de reglas por el camino, acataría la orden del Presidente para no poner en riesgo la vida y la libertad de Jara.

Además, en la noche del lunes se había conocido que la prensa no estaba autorizada para ingresar al aeropuerto al día siguiente y esa decisión se mantuvo: desde las tres de la mañana había patrulleros cerca del Monumento de las Arpas impidiendo la entrada a los miembros de los medios de comunicación, que se agolparon en las tiendas y restaurantes del sector.

Ni siquiera las protestas de los reporteros, que argumentaron que la decisión coartaba el derecho a la información, lograron que la decisión se reversara antes de las 12:30 p.m, cuando por fin se autorizó pasar el cordón de seguridad.

El día de la liberación de Alan Jara todo debía salir perfecto.

En Vanguardia, todo estaba más ordenado. El lugar donde debían ubicarse los periodistas no había sido improvisado, como ocurrió con la liberación de los cuatro uniformados, y era mucho más grande. Había policías desde la entrada hasta la pista de aterrizaje. El helicóptero de reserva estaba en su puesto, los carros del Cicr se encontraban parqueados en fila y ni siquiera había muchos automóviles particulares en el lugar. Todos aquellos que querían ver la llegada de Jara habían tenido que ingresar a pie.

El clima, que había sido una piedra en el zapato cuando los tres miembros de la Policía y el soldado profesional recobraron su libertad, tampoco fue un impedimento. Desde por la mañana, cuando el vocero del Cicr, Heller, anunció la salida del helicóptero, hasta por la tarde, cuando aterrizó, el sol radiante marcó la pauta.

La ciudad entera se había preparado para la llegada de su hijo más famoso, que arribó con su acostumbrado buen sentido del humor y lleno de anécdotas. “Descansé siete años y medio. Ahora tengo todo el tiempo libre”, dijo al comienzo de la rueda de prensa el hombre que comenzó a disfrutar la libertad después de 7 años, 6 meses y 19 días de secuestro.



Publicado en
www.semana.com

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