03 de Junio de 2008 -
En el infierno de la guerra estuvo cinco días un equipo periodístico de EL TIEMPO
El sur del Meta es el escenario donde los soldados combaten día a día al bloque Oriental de las Farc. El relato deja en evidencia que el dolor del conflicto lo viven ambos bandos.
Jojoy está "jodido por la diabetes", dice desmovilizada"
"Los rafagazos se apagaron y quedé frente a frente con el soldado... el que primero disparara tenía la vida ganada y yo sabía que el dedo de él estaba más pegado del gatillo que el mío...". 'Doris' me relata la historia mientras besa y aprieta contra su pecho el brasier que tenía puesto ese día. Ahora es su amuleto.
Era la mañana del 28 de mayo. La brigada Móvil 1 copó el grupo de guerrilleros donde estaba ella y con el rabo del ojo vio caer muerto a su compañero. Reaccionó instintivamente: se arrodilló, botó el fusil y pidió que no la mataran. Su guerra había terminado.
El viernes en la mañana, dos días después, la vi descender de un helicóptero Black Hawk, con su sudadera negra, un cuerpo atlético envidiable y las marcas de los combates de los últimos 5 años.
Es una niña de 17 años enfundada en un cuerpo de mujer que se desarrolló por las largas caminatas, las dos arrobas que se echaba al hombro y los 7 maridos que tuvo en la guerrilla. "En las Farc tenemos tres estados para las relaciones con alguien: el 'novio' solo es para besitos; el 'mozo' es para tener relaciones los miércoles y los domingos, y el 'socio' es con el que se duerme todas las noches".
El relato lo cuenta como una anécdota más. Le digo que si no le da miedo morirse y me responde que es a lo que menos le teme. Entonces, ¿a qué le temen ustedes?
Sonríe y me responde contundente: "a la palabra Fudra y al 'papá de los hombres'. -Quién es ese, le pregunto-. El Arpía. A ese helicóptero sí que le tenemos miedo, él es el dios, el papá de los hombres".
Después de la explicación entra en confianza y me cuenta que el sobrino del 'Mono Jojoy', alias 'Chepe', se voló de las Farc hace seis meses con la plata de tres caletas; que para subir la comida a los campamentos se demoran hasta 20 días y que la diabetes tiene "jodido" al comandante del bloque Oriental.
"Mire, también le regalo unos calzones por si los necesita". Y me entrega una de las últimas dotaciones que le dieron en las Farc. Son unas tangas negras de licra con un top.
Ente Avemarías y fusiles viven los militares
Mientras charlamos, empieza otra jornada de guerra en medio del frío y el viento de la base de la Fuerza de Despliegue Rápido (Fudra) en la que nos encontramos.
Los avemarías se enredan en el ruido de los rotores. Se los llevan las aspas de los helicópteros. Mientras el padre Alfonso García, capellán de la Fudra, reza el rosario con 20 soldados, los pilotos salen hacia lo desconocido a ubicar una caleta con explosivos.
Son las 7:10 de la noche del viernes 30 de mayo. Pese al agite, el rezo no se interrumpe.
Cada uno está aferrado a su fusil Galil y mientras responden a los misterios dolorosos, algunos sacan de entre el camuflado los escapularios y los besan. Tal vez pidiendo por sus familias y su regreso, vivos, del campo de combate. El sábado en la mañana salen para el área a reforzar la operación contra las Farc.
Dos horas antes, el reportero gráfico y yo hicimos la fila para recibir en una ollita de aluminio la comida. Ese día nos dieron arroz, pasta, atún y un jarro lleno con fresco Royal de naranja.
La guerra en carne viva
El radio empieza a sonar. Hay mal tiempo y un capitán que está en el área avisa afanosamente que detectaron un grupo grande de guerrilleros.
El comandante de la Fudra, general Javier Flórez se pega al radio y pide apoyo. El rosario termina y los periodistas buscamos una esquina, para no estorbar.
El general Flórez camina de un lado a otro. Al parecer la situación es difícil y el ambiente se llena de zozobra. Este hombre, que la mayor parte de su carrera la ha pasado combatiendo, se devora, literalmente, un paquete de cigarrillos y por lo menos 10 tintos en una hora.
La espera se prolonga toda la noche. Mi cambuche es una carpa, que se convierte en nuestro 'centro logístico' para escribir las historias y revisar las fotos. Hasta allí se acercan oficiales y soldados queriendo ver su día a día congelado en las imágenes.
Las minas antipersona, un drama constante
La mayoría nunca había compartido su trabajo de guerra con periodistas, después supieron que el de nosotros se parecía en algo, cuando no podíamos mandar las fotos para la edición del domingo.
Las minas, el drama constante de la guerra
La charla con el coronel Carlos Rojas, comandante de la Brigada Móvil 1, -que parece un aguerrido soldado profesional-, es interrumpida por el llamado del radio.
Le informan que mientras en un cerro un sargento se retuerce del dolor, al parecer por apendicitis, en otro punto un soldado pisó una mina. La tensión regresa y los pilotos de la Fuerza Aérea y el Ejército, empiezan a planear el rescate. Nuevamente, el fotógrafo y yo nos confundimos entre el agite de comandantes, soldados y pilotos. Abren el mapa, ubican la zona y se van.
Una hora y 30 después regresan. El joven ya va rumbo a Bogotá, vivo, pero sin su pierna izquierda. No alcanzan a pasar 10 minutos después del aterrizaje cuando entra un nuevo llamado. Otro soldado pisó una mina.
El mismo alboroto, los pilotos corren, los comandantes dan ánimo al teniente de la patrulla por radio, el coronel Rojas se coge la cabeza, el general Flórez fuma, los soldados se aferran a sus escapularios...
20 minutos más. El helicóptero aterriza. Todos corremos hacia él, ahí viene el soldado. Resulta imposible no llorar ante la escena. Es un jovencito que al ver a su comandante abrazándolo, se desgrana en gritos de dolor y llanto. "Mi coronel, no le diga nada a mi mamá". Él lo agarra nuevamente de la cara, como si fuera un hijo, y le da la señal al piloto para que despegue. Hay silencio. Los rostros lo dicen todo.
Una cuarta larga noche. En una pequeña carpa, contigua a la mía, el comandante de la Omega, general Alejandro Navas, quien llegó después de la evacuación del soldado, les habla a sus hombres de la importancia de mantener la moral.
Y yo me preguntaba qué moral tenía yo después de un día tan agitado. La respuesta me la dio un grupo de combatientes, altos y fornidos, convencidos de lo que hacen. Son los encargados de desembarcar en medio de la selva, por sogas, luego de que los aviones bombardean la espesura de la selva.
Uno de ellos siempre se queda en el helicóptero viendo el descenso de sus compañeros, con la ingrata y drástica misión de cortar las cuerdas que los sujetan si la guerrilla ataca la nave. "A mi lo único que me preocupa es pisar una mina, porque como soy tan rumbero, entonces ¿con qué voy a bailar si quedo mochito?".
Con esa frase nos despidió. Sus amplias sonrisas, aún en medio de la guerra, quedaron inmortalizadas en las fotos y el video. Se internaron en la selva. No sabemos si volverán.
19 militares han quedado mutilados por acción de las minas, durante el desarrollo de la operación Filipo, entre abril y mayo de este año.
JINETH BEDOYA LIMA
ENVIADA ESPECIAL, SUR DEL META
sábado, 7 de junio de 2008
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