Canje interruptus
Uribe tuvo razones para suspender la mediación de Chávez en el acuerdo humanitario. ¿Quemó su mejor carta?
Cuando bajaba de las escalinatas del avión, Piedad Córdoba decidió llamar desde su celular al general Mario Montoya, comandante del Ejército. Eran casi las 2 de la tarde y el avión presidencial de Hugo Chávez acababa de aterrizar en Caracas, procedente de La Habana, donde había hecho escala volando de París.
La llamada a Montoya era una de las más de 15 que la senadora había realizado a personalidades de los establecimientos político, mediático y militar colombianos para invitarlos a Caracas y hablar sobre los detalles del encuentro que 24 horas antes habían sostenido Chávez y el Presidente francés Nicolas Sarkozy en el Palacio del Elíseo en París.
Mientras cruzaban el mar Caribe a 35.000 pies, Piedad y Chávez conversaron sobre la intención de viajar juntos a Bogotá y contarle al presidente Uribe lo ocurrido en Francia. Cuando aterrizaron en Caracas, ella estaba emocionada y ansiosa de contarles a los líderes de opinión de Colombia los nuevos avances. Chávez, por su parte, estaba optimista con el tema del acuerdo, pero angustiado por su retraso de tres horas para llegar a una multitudinaria manifestación de apoyo a la reforma constitucional que él lidera y está en su recta final en Venezuela.
Lo que no sospechaban era que esa llamada al general Montoya iba a cambiarlo todo. Lo que según Piedad era una simple llamada protocolaria, dio un giro inesperado en el momento en que el presidente Chávez le pidió hablar con el comandante del Ejército colombiano. ¿"Cuantos son los militares que están secuestrados, general"?, preguntó Chávez a Montoya luego de darle un extenso y fraternal saludo a él y a su familia. Diez horas más tarde, un comunicado de la Casa de Nariño notificaba que su misión a favor del acuerdo humanitario había terminado.
Lo que para Chávez no era más que un acto de espontaneidad, para Uribe significó el incumplimiento a su palabra con el que, además, cruzaba la sagrada frontera de la soberanía colombiana.
El comunicado de la Presidencia fue emitido al filo de la media noche, cuando el país dormía y las rotativas de El Tiempo imprimían ya una primera página que abría con la posibilidad de que el presidente Uribe arrancara un proceso de paz si se liberaba a todos los secuestrados. En la madrugada del jueves, sólo unos pocos ejemplares en Bogotá llegaron a los suscriptores con una noticia que parecía impensable y que era diametralmente opuesta "Uribe pone fin a mediación de Chávez"? ¿Qué pasó? ¿Se desvaneció la última esperanza? ¿Qué tanto habían tejido Chávez y Piedad el acuerdo humanitario hasta ese momento?
¿Qué se acabó?
"¡Nos echaron, Piedad nos echaron!", le dijo Chávez por teléfono a la senadora el jueves a las 8 de la mañana, cuando ya en Colombia las emisoras recogían las reacciones sobre lo ocurrido. La voz del Presidente venezolano, que había pasado la noche sin enterarse del comunicado del gobierno de Colombia, dejaba notar su sorpresa, su tristeza y su incredulidad. Era consciente de que la continuidad de sus esfuerzos dependía de la voluntad del presidente Uribe pero, según personas conocedoras del proceso, lo creía incapaz de sacarlo con un portazo en la cara.
Chávez no tomó en serio las advertencias que le llegaban desde Colombia y los análisis que muchas veces les hizo el comisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo, sobre asuntos que no se podían perder de vista a la hora de tratar a las Farc. Chávez nunca les dio la trascendencia que aquí sí tenían, quizá porque a pesar de sentirse conocedor de Colombia, el presidente Chávez y sus ministros ven la problemática colombiana con una sorprendente ingenuidad. Él, como Piedad, a la que la caracteriza el mismo arrojo no calculado, confió siempre en que la fórmula que estaban aplicando para alcanzar el acuerdo tenía los ingredientes necesarios para surtir el efecto buscado. El de lograr que tanto el gobierno como las Farc se movieran de sus inflexibles posturas y superaran la discusión sobre el despeje de los municipios de Florida y Pradera.
Desde agosto, cuando tuvo el aval del gobierno, Piedad Córdoba se dedicó en cuerpo y alma al acuerdo humanitario. No contaba más que con su instinto político y fue este el que la llevó a conquistar unos terrenos que ningún otro facilitador del acuerdo había conquistado: la confianza de las Farc, un mayor interés de Estados Unidos y la participación de Chávez.
Una vez con Chávez a su lado, Piedad escudriñó la otra cara del intercambio humanitario, representada en los guerrilleros presos en las cárceles del país. Se mostró solidaria al visitarlos y al revisar sus procesos penales. Las familias de los guerrilleros tuvieron una atención que no se les había prestado antes y así se lo manifestaron a Chávez en una visita a Bogotá. Piedad envió a las Farc el mensaje de que su gestión no desconocía la contraparte exigida para liberar a los secuestrados, que es justamente la de liberar sus presos, y ratificó así el carácter humanitario de su tarea.
Con ese trabajo adelantado, Piedad llegó al campamento de 'Raúl Reyes' y logró que las Farc, por primera vez, entraran en interlocución con el presidente Chávez. 'Reyes' aceptó una reunión directa con el mandatario venezolano para el 8 de octubre.
La entrega del video-mensaje de las Farc fue transmitida en directo por la televisión venezolana desde cuando Piedad pisó el Palacio de Miraflores. El hecho se interpretó como un signo de eficiencia de Piedad y abrió puertas que enseguida se presentaron como nuevos caminos.
En ese ambiente de optimismo, Piedad dio su siguiente paso: conocer de primera mano la posición de Estados Unidos frente a los tres norteamericanos secuestrados. Viajó entonces a Washington, y allí sostuvo una apretada agenda con delegados del Departamento de Estado, el Departamento de Justicia, y varios congresistas demócratas. El gobierno sostiene que todas las entidades norteamericanas lo consultaron antes sobre la conveniencia de recibir a la senadora, y posteriormente le informaron lo conversado.
Durante estas gestiones, apareció en la agenda de Piedad el nombre de Henry Kissinger, el famoso ex secretario de Estado de los presidentes norteamericanos Richard Nixon y Gerald Ford. La firma Kissinger y Mc Larthy tenía a Stephen Donehoo como delegado directo de la Northrop Grumman, empresa donde trabajaban los contratistas secuestrados, para que manejara las relaciones de las familias de estos con las instituciones del gobierno norteamericano.
Donehoo se convirtió en pieza clave para las gestiones de Piedad en Estados Unidos. Fue él quien propició el encuentro de las familias de Keith Stansell, Marc Gonsalves y Thomas Howes en Caracas con el presidente Chávez y quien creyó en la conveniencia de que Piedad viera, hablara y se fotografiara con 'Simón Trinidad'.
Pero no sólo actuó la firma de Kissinger. El propio gobierno norteamericano se movió como no lo había hecho en estos cinco años de cautiverio de sus tres ciudadanos. Thomas Shannon, subsecretario de Estado para asuntos de América Latina, se involucró tan a fondo en la gestión, que alcanzó a protagonizar un pequeño debate con el Departamento de Justicia, que en algún momento se opuso totalmente a la reunión con 'Trinidad'.
La cita con el guerrillero colombiano preso duró 30 minutos. Con ella entraron a la reunión dos funcionarios de la embajada de Colombia, cuatro agentes del FBI, dos funcionarios del Departamento de Estado y los dos abogados de 'Trinidad'. Era tal la disposición que mostraba el Departamento de Estado, que le fue permitido al detenido enviar una carta a sus comandantes en las selvas colombianas en la que les decía que su libertad no podía ser obstáculo para avanzar en el acuerdo humanitario. Al final el FBI tomó la fotografía que apareció en la prensa.
Mientras todo esto se registraba en los medios, el presidente Uribe y su Alto Comisionado analizaban los pasos de una facilitación que había sido su propio invento. El 12 de octubre se encontraron en La Guajira el presidente Uribe, el Comisionado, el presidente Chávez y la senadora Córdoba. Según el gobierno colombiano, esa reunión sirvió para ajustar las cargas y recordarles que en la reunión que se esperaba que ellos sostuvieran con las Farc era preciso concretar el tema de los secuestrados.
El Comisionado Restrepo además les recalcó a los facilitadores que el gobierno no creía conveniente el vuelo internacional que pretendían darle al tema del acuerdo porque podía aumentar las expectativas de las Farc a la hora de sentarse a hablar. Piedad llevaba un mes llamando a varios Presidentes de América Latina para que apoyaran la búsqueda del acuerdo humanitario. El asunto preocupaba al gobierno, que creía que esto desviaba el objetivo central de la misión humanitaria encargada.
Con todos esos elementos sobre la mesa, que ya sobrepasaban el terreno de lo anecdótico y adquirían significados políticos, Piedad y Chávez tenían por delante cumplir el propósito de saldar la expectativa creada por la aplazada reunión con las Farc. Y fue entonces como el 8 de noviembre se vio por la televisión que el guerrillero Iván Márquez, miembro del Secretariado de las Farc, salía del Palacio de Miraflores, en Caracas, en compañía del presidente Chávez y la senadora.
Más allá de la indignación de miles de colombianos, la imagen levantó los ánimos, al tiempo que dejó un sinsabor por los pocos anuncios concretos sobre la suerte de los secuestrados.
En esa reunión, Chávez habría sido enfático en decirle al guerrillero que eran necesarias las pruebas de supervivencia, que él llamó "fe de vida", así como en la necesidad de preparar el terreno para que las Farc accedieran a liberar un grupo de secuestrados y entendieran la dimensión del gesto de Chávez al permitir ese encuentro. Y otro tema que tomaría fuerza más adelante, que fue el de la conveniencia histórica de que las Farc pensaran seriamente en convertirse en un partido político teniendo como telón de fondo los aires de la izquierda en el continente.
La reunión con el comandante Márquez terminó con una solicitud de Piedad y de Chávez para que las Farc se comprometieran con seriedad en el acuerdo humanitario. El propio Presidente venezolano les increpó sobre las posibilidades de incumplimiento y les advirtió que él no estaba para que lo dejaran 'metido'. Márquez les dijo que le daba la palabra de las Farc, pero que la organización no creía en la sinceridad del compromiso y la voluntad del gobierno colombiano. "El que los va a dejar colgados de la brocha es Uribe", les dijo.
Esta reunión, la única que ha trascendido al público entre las Farc y un facilitador, representó un paso importante para lo que vendría en las semanas siguientes y que desencadenaría el fin.
París y el punto final
Los días parecían suficientes para que las Farc, tan eficientes en sus comunicaciones, cumplieran la promesa de las pruebas de superviviencia. La meta era llegar ante el presidente Sarkozy el 20 de noviembre, con la foto, el video o las voces de algunos de los secuestrados, en especial de Íngrid Betancourt.
Al parecer, el gobierno galo tomó la decisión desde hace meses de no creer en las promesas de las Farc sobre este tema. Dos reuniones que este año sostuvieron los emisarios franceses con 'Raúl Reyes', una en febrero y otra en junio, han tenido como epílogo la promesa de las pruebas sin que hasta ahora les haya cumplido.
El gobierno le contó esta situación al presidente Chávez en Santiago de Chile, en una cumbre que resultó traumática para el mandatario venezolano por la reacción del rey Juan Carlos de Borbón, que sentenció el famoso "¿Por qué no te callas?" en plena reunión. En medio del acalorado episodio, Uribe y Chávez le sacaron tiempo al tema y conversaron largamente sobre la reunión con Márquez, y fue allí donde comenzó el espiral de dimes y diretes que enredó al final el papel del venezolano.
Para el gobierno, en esa reunión varias cosas quedaron claras. Una, que Chávez quería ver a Marulanda para hablarle de la conveniencia de que las Farc entendieran el escenario que se abría la izquierda en el continente y que meses antes él había bautizado como la "geopolítica".
El propio presidente Uribe dijo que le parecía muy importante que al jefe guerrillero le llegara ese mensaje, por lo que se consideró un escenario hipotético en el que se veía posible que en una zona de encuentro, Chávez le hablara a Marulanda.
La hipótesis continuó con la idea de que el Presidente venezolano no regresara de esa reunión con las manos vacías, por lo que las Farc podían entregarle un grupo de secuestrados. Se agregó además la idea de que si Marulanda hablaba de política, eso podría significar el inicio de un proceso de paz si este era precedido de la liberación de todos los secuestrados. En ese caso, hasta el propio Uribe estaría dispuesto a reunirse con el máximo guerrillero de las Farc.
Así quedaron las cosas en Santiago. Y empezaron los preparativos del encuentro de París. Marchas de solidaridad por Íngrid Betancourt, y otro concierto se llevaron a cabo. El gobierno francés tenía pues el escenario listo para el gran acontecimiento de la llegada de Chávez con las pruebas de vida.
Chávez llegó sólo con una carta de las Farc en la que se excusaban y aseguraban que Íngrid Betancourt estaba viva. La carta, recibida por Piedad Córdoba un día antes en Caracas, le sirvió al jefe de Estado Venezolano para sentarse a manteles con Sarkozy y hablar de Colombia, su paz y la liberación de los secuestrados. Los elogios para el presidente Uribe vinieron de todos los presentes.
Pero la ausencia de las pruebas pesó en la confianza de los franceses, que una vez más se sentían defraudados por las Farc. Aun así, salieron contentos y optimistas de lo que estaba por venir.
La locuacidad de Chávez actuó una vez más en su contra y, contrario al consejo del Rey, Chávez no se calló y contó en público los detalles de la conversación de Chile. Según el gobierno colombiano, habló fuera de contexto y rompió la confidencialidad acordada. Esto produjo el primer comunicado de la Casa de Nariño en el que Uribe reprochó la infidencia y limitó la labor de Chávez hasta el 31 de diciembre.
Chávez respondió con tranquilidad y le dijo a Uribe que le daría "una lección sobre el valor de la paciencia" y no le dio mayor trascendencia al plazo mencionado por Uribe. En menos de 24 horas, el gobierno de Colombia reaccionó. Otro comunicado amplió los detalles de los temas tratados en Santiago y se mostró más flexible con el plazo de diciembre, al afirmar que no se trataba de un ultimátum.
La crisis parecía saldada pese a que el ambiente nacional empezó a mostrarse más escéptico por la falta de las pruebas.
Chávez emprendió el regreso a Caracas en compañía de Piedad Córdoba quien, esclavizada por su teléfono, seguía empeñada en concretar las reuniones previstas con las personalidades colombianas. Horas más tarde, entró la llamada al general Montoya que se convirtió en el fin. Chávez y Piedad se movieron con su particular estilo y le causaron angustias a Uribe hasta que los echó. Hoy, no se arrepiente, pero sabe que quemó su mejor carta.
martes, 27 de noviembre de 2007
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