Noviembre 20 de 2007 - COLUMNA DEL DÍA
Crispación a la criolla
Víctor Manuel Ruiz . Columnista de EL TIEMPO
Los españoles, que con agrado o por fuerza tienen en la política (con la siesta, el fútbol y los toros) uno de los mayores atractivos de su vida diaria, han acuñado una expresión muy gráfica para designar el estado de ánimo que a toda hora alienta en la oposición al Gobierno: porque sí, porque no, porque bien, porque mal, porque menos, porque más o por si acaso. Es la crispación.
En el Congreso, la Administración Pública y aun la Justicia, los principales partidos, grupos o movimientos que piensan distinto de quienes detentan el poder ejercen su legítimo derecho a la crítica entre tal cúmulo de garantías que, superados los límites de la cordura, la sensatez y el equilibrio, caen pronto, además del ridículo, en la irritación, la cólera y la descalificación indiscriminada de cuanto tenga, o parezca tener, origen oficial.
En ocasiones, claro, es una oposición gástrica y cosmética más que política. Pero, en todo caso, es ejercicio inherente al disentimiento, característico de las sociedades plurales y demostrativo de que en una auténtica democracia las voces discordantes del Gobierno tienen que oírse a plenitud, no solo porque expresan alternativas de poder, sino, principalmente, porque representan derechos fundamentales de muchísimos ciudadanos: esos que en un Estado de Derecho deben respeto a quien gobierna, pero jamás devoción a sus designios, a menudo sacrosantos y mesiánicos, como ocurre hoy en Colombia.
Entre nosotros, en efecto, pese a las garantías consagradas en los textos vigentes (Constitución, leyes, jurisprudencia, doctrina), la mera intención de oponerse al régimen se ha convertido en un motivo de estigmatización, oprobio y repudio gubernamental de tales dimensiones que hoy se la asimila a un ser diabólico frente al cual, a juicio del Gobierno, hay que defender a las abrumadoras mayorías que, según las encuestas, siguen mostrándose cada día más incondicionales del presidente Uribe, con sus rabietas, sus miedos, sus desafueros, sus inconsistencias y desvaríos.
Convencido de ser amo y señor de todos y de que sin su augusta perpetuidad en la Casa de Nariño sobre el país lloverán lenguas de fuego, abundarán hecatombes y antes de tres años los colombianos padeceríamos el fin del mundo, el Presidente (afligido, como buen cristiano, por la suerte de sus amigos en la Picota, pero soliviantado por sus amanuenses menos lúcidos) se duele, se irrita, se enfurece (es decir, se crispa) ante cualquier expresión contraria a sus propósitos, ataviados de campechanismo y bonhomía paisas, pero en realidad absolutistas y monárquicos.
Es a partir de ahí, entonces, cuando el triunfo de Samuel Moreno en Bogotá se torna inexistente; cualquier panfleto anónimo se le achaca a un magistrado de probadas calidades éticas y profesionales como Carlos Gaviria; la palabra rotunda y certera de Gustavo Petro se convierte en un tiro a la sien de la "patria amada"; los buenos oficios de Piedad Córdoba por la humanización del conflicto empiezan a generar suspicacias, y todo lo que se mueva sin anuencia de la Casa de Nariño es connivente con las peores formas criminales de la subversión, la ilegalidad y el terrorismo.
De modo que mientras en el reino de Su Majestad De Borbón la oposición se crispa, porque se ejercita a plenitud, en Colombia no puede abrir la boca: cuidado, no sea el diablo y una cólera terrible acabe con el señor Presidente.
vimaruiz@hotmail.com
sábado, 24 de noviembre de 2007
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