El Caribe se pellizca
La para-política ha llevado al Caribe a la peor crisis de su historia. Un grupo de líderes se la juega por salvar su región.
Vientos distintos a los acostumbrados soplan por estos días en la costa. Después de que el ciclón de la para-política dejó devastada la precaria institucionalidad que existía, los coletazos de la violencia han dejado una cicatriz imborrable en su geografía y la racha de malos gobiernos han sumido en la pobreza a la mayoría de la población, esta región acaba de poner el primer ladrillo de lo que podría ser un mejor futuro.
Cuando hace exactamente un año los titulares de prensa anunciaban las primeras capturas de congresistas de esa región del país por sus vínculos con los paramilitares, hoy, sobre los escombros que dejó esa nefasta alianza, un grupo de líderes políticos, intelectuales, empresariales y cívicos, selló la firma de un manifiesto para sacar adelante su región.
En medio de la mirada expectante pero entusiasta de muchos costeños, los alcaldes electos de Cartagena, Barranquilla y Santa Marta, el actual gobernador del Atlántico y gobernadores electos del mismo departamento, las Cámaras de Comercio, los rectores de las principales universidades, los medios de comunicación más importantes, los más insignes representantes de los gremios y los más respetados académicos, lanzaron el proyecto 'Compromiso Caribe'.
El escándalo de la para-política había ocultado una realidad social explosiva y estaba desviando el verdadero debate. El proceso y las investigaciones por parte de la Corte Suprema de Justicia y la Fiscalía dieron pie para que se escucharan voces regionales que hablaban de una siniestra "conspiración" de los cachacos del centro contra la región caribe. Se buscaba remover así las fibras del regionalismo, pero las evidencias que saltaron a los medios de comunicación hicieron perder peso a la "conspiración", que acabó siendo un raquítico argumento populista.
No era la primera vez que tal argumento se esgrimía desde sectores de la política, precisamente aquellos que han estado más comprometidos en las maniobras del clientelismo, la corrupción administrativa y, en últimas, con las actividades criminales del paramilitarismo.
La para-política había empezado a tachonar con relieves el mapa de los departamentos de la costa Caribe. Poco a poco extendería su mancha hacia otras zonas del país. Por ello se llegó a hablar del proyecto paramilitar clandestino de "fabricar" un líder que, desde la costa y a corto plazo, podría presentarse al país como una alternativa presidencial.
Si varios políticos ya habían suscrito un acuerdo en Ralito para "refundar la patria" con los paramilitares, resultaba coherente con esta pretensión que buscaran, además, llegar a la Presidencia. Al fin y al cabo, los grupos paramilitares estaban en su vertiginoso proceso de expansión, tenían control territorial, tenían capturado el Estado en varias regiones, se financiaban del narcotráfico o de los zarpazos a las finanzas públicas, y contaban con miles de funcionarios y decenas de alcaldes, gobernadores y congresistas a su servicio.
Pero mientras la política se corrompía aun más en las garras de los grupos armados, en las universidades y centros de estudio del Caribe, o desde los sectores limpios de la política regional -también arrinconados por el avance paramilitar- se estaban madurando diagnósticos y propuestas distintas al maniqueísmo regionalista que provoca disputas irracionales entre costeños y cachacos. Mientras mucho político se reunía con los jefes paras y sellaban pactos, en otros sectores había líderes que estaban produciendo en silencio corrientes de pensamiento y opinión que apuestan por un cambio de rumbo. En muchos casos, corriendo el riesgo de estar en la mira de la alianza que las fuerzas ilegales estaban sellando con administraciones locales y regionales. Porque nadie desconocía la influencia que los tentáculos del paramilitarismo tenía en las universidades de Atlántico, Magdalena y Córdoba, donde no escasearon los docentes y estudiantes asesinados, y de la guerra a muerte que se declaró a profesionales de las ciencias sociales, investigadores de la cultura y dirigentes políticos.
Algo estaba cambiando, así fuera en la actitud y el compromiso, para que gremios y empresarios de nuevo cuño reclamaran a la academia el diagnóstico de las realidades de la región caribe y se mostraran preocupados por un presente de monstruosas desigualdades sociales y de inciertas soluciones de futuro.
El panorama, más allá de la crisis de la para-política, es patético. La región caribe, esa parte de la geografía colombiana que muchos llaman aún 'Costa Atlántica', es una región que comprende ocho departamentos, con una extensión total de 132.288 kilómetros cuadrados. En esa región vive la quinta parte de la población del país (más de nueve millones de personas). Una población que sigue creciendo, pues la región tiene las tasas de crecimiento demográfico más altas del país.
Sin embargo, en 2004, los índices de pobreza eran superiores al 60 por ciento. Según el Bienestar Familiar, 30 por ciento de los niños de la costa tiene déficit de aprendizaje por desnutrición. Otros estudios dejan cifras igualmente preocupantes: el gasto social en la costa es muy inferior que en el resto del país. Por ejemplo, mientras en el país el 16 por ciento de la población tiene las necesidades básicas insatisfechas, en el Caribe esa cifra sube a 33 por ciento de los hogares.
Esta bomba de tiempo fue motivo de reflexión hace algunos días, cuando varios de los nuevos gobernantes electos se reunieron con empresarios e intelectuales para buscarle soluciones a la grave situación de la región. Las conclusiones de este encuentro, conocidas como 'Compromiso Caribe', pueden ser el primer paso para convertir la crisis en oportunidad.
Lo que salió a flote en este documento fue la evidencia de un profundo desequilibrio en las relaciones de las regiones, no sólo la del Caribe, con el Estado central. Se señala también la rica acumulación de capital cultural y artístico de la región. Hoy día, no hay costeño que no esté seguro de la contribución que la región ha hecho a Colombia en todos los órdenes de la cultura y las artes y en la universalización de muchas de sus expresiones populares. Pero hay una preocupante asimetría en lo que significa el desarrollo, la libertad y la calidad de vida de la gente entre la región caribe y otras regiones del país.
¿Qué es el Compromiso Caribe?
Cuando en los años 80 Medellín parecía sucumbir ante la égida diabólica de Pablo Escobar y el cartel de Medellín, que todo lo habían contaminado, un grupo de líderes decidió alimentar los liderazgos positivos y sacar adelante la ciudad. Empresarios, medios de comunicación, líderes cívicos se pusieron en la otra orilla, para mirar al futuro. Algo similar es lo que podría resultar del compromiso que acaban de firmar los líderes de la región caribe.
Esta vez, la iniciativa del acuerdo surgió de varios intelectuales, pero a ella se han vinculado activamente empresarios y otros sectores sociales. "Es una respuesta decantada desde sectores de la academia y la cultura a la profunda crisis política que han vivido los departamentos de la costa en las últimas décadas y que llegaron hasta a golpear la autoestima regional", le dijo a SEMANA Gustavo Bell Lemus, ex vicepresidente de Colombia y ahora director del diario El Heraldo de Barranquilla. "Se trata de dejar atrás el manido discurso regionalista para asumir una nueva visión y concepción de la Región Caribe (…)".
En la misma dirección se ha expresado Alberto Abello Vives, cofundador y ex director del 'Observatorio del Caribe', hoy decano de economía de la Universidad Tecnológica de Bolívar: "el Compromiso Caribe refleja la profunda insatisfacción con el estado de la región, con su economía y con su baja capacidad de generar empleos de calidad, con las administraciones públicas y con los altos niveles de corrupción".
Por su parte, el historiador Adolfo Meisel Roca, que dirige la sede del Banco de la República en Cartagena y ha estudiado como pocos la situación económica del Caribe, dice que "el Compromiso Caribe llega en un momento en que la región quiere voltear una de las páginas más oscuras de su Historia".
Pero la percepción de Meisel va más allá y coincide con la de Bell, Eduardo Verano de la Rosa y otros muchos: "La costa expresa la voluntad de ejercer de múltiples maneras un liderazgo nacional." ¿Nada más? No, mucho más, se puede deducir por la intención que ninguno de ellos oculta: después de más de un siglo, Colombia no ha vuelto a tener un Presidente costeño.
Meisel insiste en un vacío de liderazgo producido "por la quemazón de la para-política, pero también de un relevo generacional que probablemente se va a acelerar."
¿Es el 'Compromiso Caribe' el motor de esa aceleración? Es posible. Pero la situación no es fácil y se han perdido muchos años para el desarrollo de la región. En su columna de El Tiempo, el historiador y profesor de la Universidad de Oxford Eduardo Posada Carbó reprodujo y comentó un estudio realizado por Meisel y cuyas conclusiones son alarmantes. En ellas se revela, por ejemplo, que la costa caribe ha tenido un crecimiento económico en los últimos 50 años al 1 por ciento, el mismo ritmo que África Subsahariana, que es una de las regiones más pobres del mundo. Ese mismo crecimiento es apenas la mitad de lo que crecen las demás regiones del país, cuyo promedio es del 2 por ciento anual en las últimas décadas. El mismo estudio demuestra cómo en el largo plazo las regiones ricas tienden a hacerse más ricas, y las pobres, a empeorar. Lo cual es un pésimo indicador para el Caribe.
Toda esta mezcla explosiva de lo social, lo político y lo económico, con un ingrediente adicional: que para el desarrollo de la costa, según los estudios, en el corto plazo el mercado, por sí solo, no va a cerrar la brechas regionales. De allí que la reducción de las desigualdades tenga que venir de políticas de Estado "integradas a las otras políticas públicas y enfocadas sobre todo en invertir en capital humano: educación, salud y nutrición".
En ese mismo espíritu, uno de los puntos pactados por los firmantes del Compromiso Caribe es convertir en política de Estado la reducción de las enormes disparidades regionales en el ingreso. Uno de los aspectos que empezaría a materializar esta idea es la creación de un fondo de compensación regional que haga más justa la repartición del gasto público, y así los colombianos, no importa de qué región sean, puedan tener más acceso a los bienes y servicios del Estado.
Otras metas trazadas tienen que ver con mejorar la productividad de la región, que es estratégica para el comercio globalizado. En concreto se busca fortalecer el aparato productivo de la región caribe; avanzar en el mediano plazo en la erradicación de la desnutrición de la población infantil de 0 a 4 años; eliminar el analfabetismo y darle prioridad a la educación sobre las restantes inversiones, buscando universalizar la educación secundaria, fortaleciendo la educación bilingüe. Todo ello en un espíritu de fortalecer el sentimiento regional.
La agenda parece ajustada a las necesidades del Caribe, pero, a pesar de la buenas intenciones y del entusiasmo, llevarla a la práctica no será tan fácil.
¿Quién liderará este proceso en el largo plazo? ¿Le camina la gente de la costa a esta iniciativa? ¿Se pueden conciliar estos ideales con los intereses particulares de cada político o sector? ¿Podrán estos nuevos líderes que piensan en el bien común y el largo plazo imponerse sobre las poderosas mafias que han gobernado por tantos años esa bella región del país? ¿Fueron los inesperados resultados en las elecciones de Cartagena y Atlántico la semilla del cambio en la política costeña? ¿Podrá el Caribe colombiano trazarse un norte común como región para aprovechar su ubicación estratégica para el comercio en un mundo globalizado y de libre comercio?
Si bien proponerse una agenda de futuro es un primer paso urgente y necesario, es esencial que otros factores de poder sean convocados y se comprometan, no en la retórica, de palabra, sino en la acción. Como en el caso de Medellín, hace 20 años, los empresarios juegan un papel esencial. En una región con una ubicación geográfica tan privilegiada, si se elevan los niveles de productividad y el talento humano, se puede recuperar en poco tiempo las décadas perdidas. Y junto a los empresarios, una nueva clase política, confiable y dispuesta a trabajar para el largo plazo.
En esta especie de manifiesto que firmaron estos notables líderes regionales se señala la necesidad de "superar la fragilidad de las instituciones regionales y mejorar la calidad de las administraciones locales" mediante la erradicación de la corrupción. En este punto, la declaración es tajante: "promovemos la condena social a la corrupción por los perversos efectos (que tiene) sobre la legitimidad del Estado y el demérito de lo público." Este es el reto más grande. El de reivindicar la política en una región que para la mayoría de la población ha sido un símbolo de saqueo, clientelismo y corrupción.
Las pasadas elecciones del 28 de octubre registraron triunfos inesperados en Cartagena, Barranquilla y Santa Marta. Significaron un duro golpe a la política tradicional: Judith Pinedo, Álex Char y Juan Pablo Díaz Granados salieron elegidos alcaldes de sus respectivas ciudades y, contra todo pronóstico, Eduardo Verano de la Rosa se hizo con la Gobernación del Atlántico. Es posible que en estas ciudades estuviera asomando ya la cabeza el voto de opinión, indispensable en todo cambio de rumbo político. A pocos días de estos hechos alentadores en la política regional, se hacía público el manifiesto más serio y coherente para salvar la región caribe de su grave crisis. Había pasado exactamente un año desde el día en que la Corte Suprema de Justicia promulgó orden de captura contra los primeros para-políticos. Pero, más allá de esta irónica coincidencia, había nacido, en el corazón de una clase dirigente renovada, una inusitada fortaleza para recuperar la autoestima. Y ese es el verdadero primer paso para cambiar la cosas.
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miércoles, 21 de noviembre de 2007
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