lunes, 30 de julio de 2007

De víctimas y sediciosos

Colombia
De víctimas y sediciosos
Por: Reinaldo Spitaletta (especial para ARGENPRESS.info)
27/07/2007

¿Dónde están las víctimas? ¿Quién las tiene invisibilizadas? Qué curioso país es Colombia. Aquí, en la práctica, los victimarios dan la impresión de ser los héroes nacionales. Aparecen todos los días en los medios informativos. Los reciben los congresistas. El presidente aboga por ellos.

Las víctimas, en cambio, continúan en el limbo (¿o en el infierno?), sufriendo en silencio sus penas, las ausencias, los despojos. A dos años de vigencia de la Ley de Justicia y Paz, ¿dónde están las reparaciones, dónde las confesiones de los victimarios que contribuyan, en efecto, a que haya si no paz, por lo menos justicia?

Sí, qué curioso país éste en el cual, reviviendo los venenosos días del macartismo gringo, el presidente colombiano pone en la picota pública a sindicalistas a los que acusa de respaldar la lucha armada de las Farc. Y justo en una tierra en la cual, en los últimos años, se han asesinado a decenas de líderes sindicales ( 2.515 desde 1986) e intimidado a los trabajadores para que no se agremien ni protesten.

Se sabe que el nazismo fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial, pero en el campo militar mas no en el de las ideas y mentalidades. Sus discursos y prácticas se han extendido por diversos países, y en América del Sur ha tenido manifestaciones de horror, en particular en los tiempos de las dictaduras militares.

Colombia no ha sido ajena a tan repugnantes expresiones de intolerancia. Su historia contemporánea está plagada de desafueros y otras calamidades. En los últimos diez años, más de treinta mil personas fueron asesinadas o desaparecidas por razones políticas, tal como lo ha denunciado la Comisión Colombiana de Juristas. Y hasta un partido político, la UP, fue borrado del mapa.

La violencia política, con más de cincuenta años, se agudizó con la aparición de los grupos paramilitares, cuyas masacres y otros crímenes llenaron de terror las últimas dos décadas de este país desajustado. En este mismo período, cerca de cuatro millones de desplazados, y más de un millón y medio de hectáreas de tierra apropiadas con métodos violentos. Es apenas parte de un prontuario de atrocidades.

Sin tener dictaduras militares, como por ejemplo las que hubo en la Argentina y Chile, aquí, en un sistema autodenominado democrático, ha habido tal vez más violaciones de los derechos humanos que en aquéllos de los tiempos de Videla y Pinochet. Tenemos (padecemos) un récord continental de violencias varias.

Secuestrados, desaparecidos, desplazados, torturados, los despojados de sus parcelas, los exiliados, un arrume casi infinito de víctimas que claman justicia. Sin embargo, aquí las víctimas son invisibles, lo que hace de su condición una humillación más. Los sobrevivientes de la crueldad tampoco tienen la palabra. No los escuchan. Algunos se manifiestan en parques (como las Madres de La Candelaria, en Medellín), otros van a las audiencias de los asesinos y gritan un rato, pero no tienen acceso a los medios. O sucede también que mientras los congresistas reciben a los victimarios, desprecian a sus víctimas.

Ah, y qué tal la propuesta presidencial de que a los paramilitares se les considere sediciosos, incluso en contravía de un fallo de la Corte Suprema. Se les quiere dar ese carácter a grupos e individuos representantes de la delincuencia común e, incluso, a criminales de lesa humanidad. Es como si la historia la estuvieran escribiendo los victimarios.

Ellos gozan de todas las garantías. Lo que se nota al invisibilizar a las víctimas es que parece haber un movimiento premeditado para llevar al país hacia una ley de punto final, que lo conducirá no a conseguir la paz ni la justicia, sino a la entronización de los criminales y el enterramiento definitivo de sus víctimas.

Razón tiene mi vecina (no la nombro para no comprometerla) cuando dice que se trata de una nueva canallada el querer declarar a los 'macacos y paracos' como sediciosos. Para ella, tan analítica, es como 'igualar al Che con don Berna, a Monoleche con José Antonio Galán, a Policarpa Salavarrieta con la Gata y a Bolívar con Mancuso'.

Ella, sin duda una buena lectora, advierte que si tanta sangre noble se ha derramado en la historia para ennoblecer el delito de sedición, es un exabrupto darles esa categoría a criminales y delincuentes comunes.

Ahora, cuando las víctimas, por su persistente iniciativa, comienzan a hacerse sentir, es conveniente que sigan contando sus historias como un ejercicio de la dignidad, de la búsqueda de justicia y, sobre todo, de la construcción de una memoria del horror. Así tendrán un lugar en la historia. Una historia escrita con sangre.

Publicado en www.argenpress.info

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