Niños al borde de la drogadicción
En las lomas de Ciudad Bolívar, al sur de Bogotá, el idealista y mal financiado programa del Hospital de Vista Hermosa, lucha por rescatar a los niños, antes de que caigan al abismo al que los empujan la pobreza y el maltrato. Cien mil niños menores de 14 años consumen alucinógenos en Colombia.
Por Esteban Borrero**
Fecha: 08/14/2008 -
En uno de los consultorios de los Programas Juveniles del Hospital Vista Hermosa en Ciudad Bolívar, está María Eugenia, la mamá de Yimy*, un niño de 14 años, con la siquiatra Ximena Cortés. María Eugenia, llorando, le cuenta a Ximena que una tarde, hace como un año, llegó del trabajo y encontró que la casa estaba muy desordenada y había un olor fuerte a pegante. En una cama estaba Yimi con la cara y las sábanas untadas de boxer. Maria Eugenia trató de despertarlo pero fue peor porque empezó una pelea muy fuerte, con muchos gritos y golpes.
- Ahora me toca estar todo el día detrás de él – dice María Eugenia. – Lo deja uno solo un minuto y se va con los amigos y comienzan otra vez los problemas. Esto para mí se convirtió en una pesadilla –
Maria Eugenia se retiró del trabajo hace una semana para dedicarse a cuidar a Yimy. La sicóloga le dice que eso es un error, que ella no puede acabar con su vida.
El juego es una de las principales herramientas para proteger a los niños de caer en la drogadicción En el programa juvenil de prevención de la drogadicción del Hospital de Vista Hermosa, las madres se reúnen a discutir los problemas de sus hijos. De vez en cuando los profesores organizan un sancocho como una actividad para compartir con los niños. - Usted tiene que estar bien para que pueda ayudarle a su hijo a salir del problema. Voy a hacerle una carta para que la reintegren al trabajo- le dice Ximena.
María Eugenia Pineda tiene 48 años. Desde hace dos meses está llevando todas las tardes a Yimy al Programa de Prevención de la Drogadicción. Toda su vida ha transcurrido en Ciudad Bolívar. Sus papás, que venían de Santander, llegaron a Bogotá en 1955,. Ella recuerda con mucha nostalgia cómo era el barrio en la época en que era una niña: no había violencia, se podía salir a la calle a cualquier hora, todo el mundo se conocía. Se casó joven con Eduardo Sarmiento, un conductor de volqueta mucho mayor que ella. Tuvo tres hijos y se separó hace seis años, Yimy es el menor. Ha trabajado como empleada del servicio en varios apartamentos del barrio La Soledad y desde hace cuatro años como aseadora de salas de cirugía en el hospital de Kennedy.
Mientras Ximena hace la carta, María Eugenia se sienta en la sala de espera de los consultorios. Es una sala blanca y bien iluminada con un árbol de cartón y alambre con ramas cargadas de frases de autoayuda: “la oportunidad de hoy borra el fracaso de ayer”, “los momentos difíciles son los que más enseñan”. Al rato sale Ximena y le explica a María Eugenia que la carta ya está hecha pero que no hay tinta en ninguna impresora y que por eso toca que pase la siguiente semana a recogerla.
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Nubia Rodríguez, terapeuta ocupacional, es la directora y la fundadora del programa de prevención de la drogadicción . Me explica que se trata de un programa piloto ejecutado por el Hospital Vista Hermosa de Ciudad Bolívar que tiene como objetivo evitar que los niños que ya tienen un primer contacto con la droga caigan en un problema mas grave de drogadicción.
- La idea es que estén el menor tiempo posible en la calle – dice Nubia - mientras no estén en el colegio deben permanecer en el centro.
Cuatro sicólogas y cuatro trabajadoras sociales son las encargadas de organizarles juegos, oírles los problemas y hacerles terapias mientras los papás llegan del trabajo a recogerlos. El centro es una dependencia del Hospital Vista Hermosa.
El tratamiento dura seis meses y diariamente asisten 100 niños entre 10 y 17 años. Si el caso es grave y no hay ninguna mejoría entonces lo remiten a un internado en donde le hacen una terapia de rehabilitación más intensa. Además de la ayuda sicológica que le dan a los niños en el programa también hay clases de panadería, carpintería y agricultura.
Nubia me presenta el equipo que trabaja en el Programa y les dice que voy a estar una semana viéndolos trabajar, que me dejen participar de cualquier actividad que estén haciendo. Me siento en la sala de espera a hablar con algunas de las sicólogas. Me cuentan que en ese Programa todos los días hay historias sorprendentes, que eso es lo interesante del trabajo. Ximena cuenta que por ejemplo uno de los niños tiene de mascota un perro que le robó a un portero. Janet dice que hay otro que colecciona palomas y ya tiene invadida la casa.
Me invitan a almorzar al Colegio Juan Bosco. Por el camino nos encontramos con una mamá que lleva de la mano a sus dos hijas, van con maletas y uniforme de colegio. Una de las niñas estuvo en el programa de Prevención hace seis meses. Parecía una familia común y corriente. Después me contaron que esa mamá trabajaba en un almacén de venta de zapatos y mató a cuchillo al dueño porque trató de violarla. La metieron cuatro años a la cárcel y ahí tuvo a una de las niñas que acabábamos de conocer para que le redujeran la pena.
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Don Sergio Pira, el encargado de la clase de panadería, anota la receta del pan de coco en el tablero y le pide a sus alumnos que se laven bien las manos. Le ayuda a uno por uno a ponerse el delantal, el gorro, el tapabocas. Les explica que en una panadería lo más importante es la limpieza.
Don Sergio Pira tiene 65 años y es panadero desde los 16. Ha trabajado en varias panaderías de mucha tradición en Bogotá. Estudió durante tres años cocina en el SENA y después fue profesor. También fue militar durante el gobierno de Rojas Pinilla. Lleva dos años dando clases en el Programa de Prevención en Ciudad Bolívar. El trabajo lo consiguió gracias a que lo recomendó el chofer de un político.
- Yo ayudo a lo que puedo poniendo mi granito de harina - dice Don Sergio.
Mientras todos amasan, engrasan moldes y llenan con distintas figuras las latas para hornear, Conrado*, un niño de 12 años, muy delgado, que habla poco, se sienta en una esquina de la panadería. No está bien, se le ve pálido. Al rato comienza a vomitar y después pierde el conocimiento. Llegan las sicólogas y también muchos niños que estaban en otras actividades. La panadería se llena de gente. Don Sergio pide que por favor saquen a Conrado de la panadería. Llaman a una ambulancia para llevarlo al Hospital de Vista Hermosa. La ambulancia llega una hora después.
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Por la tarde las sicólogas organizan un juego que se llama “El Periodista”. Hay más o menos cincuenta niños en un pequeño salón. Ximena Cortés y Liliana Castro les dicen que cada uno tiene que entrevistar a un compañero y escribir en una hoja todo lo que haya podido averiguar sobre su vida. Las preguntas son muy parecidas: ¿cuál es tu comida favorita? ,¿qué quieres ser cuando grande?, ¿de que equipo eres hincha?. Casi todos quieren ser soldados, policías o estudiar criminalística. Algunos hacen preguntas más irreverentes: ¿eres virgen? , ¿consumes pegante?.
No hay suficientes lápices en el salón y eso hace que comiencen las peleas. Las dos sicólogas deciden suspender la actividad: los regañan, les dicen que con ellos es imposible hacer cualquier cosa, que al menos respeten al invitado (es decir, a mí). Mientras deciden qué hacer, salen del salón y cierran la puerta. Manuel Osorio, un niño de catorce años, con arete, con tenis, con camiseta del Nacional, toma impulso, manda una patada y le pega un puertazo en la cara a Ximena Cortés.
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Al día siguiente Ligia Pardo, una de las trabajadoras sociales, me invitó a hacer una visita domiciliaria a la casa de Miguel*. Su novia, Carolina*, de 14 años, iba a tener un bebé muy pronto y estaba viviendo en la casa de Miguel porque la habían echado de la de ella. Además, la hermana de Miguel, Juana*, de 15 años, había denunciado que el padrastro intentó violarla. Ligia Pardo quería mirar como estaba Carolina y ver que decía la mamá de Miguel, sobre el comportamiento del padrastro.
Subimos por calles empinadas y destapadas por los barrios El Paraíso y Los Alpes en una camioneta del Hospital Vista Hermosa. La vista de Bogotá desde el barrio El Paraíso es impresionante: al sur se ve Usme, otra inmensa ciudad, y al fondo, hacia el oriente, los edificios del centro y los cerros de Monserrate y Guadalupe.
El barrio Los Alpes queda pasando la montaña de Ciudad Bolívar. El paisaje es rural, las casas están separadas unas de otras, casi no hay servicios públicos y las construcciones no son de bloque de ladrillo sino de tabla de triplex, de retazos de teja y con piso de tierra. El clima es distinto, hace mas frío y hay viento.
Después de mucho preguntar y de buscar una dirección que no existía logramos llegar a la casa de la familia de Miguel. Tuvimos que andar el último tramo porque en ese sector casi no hay calles. Por fuera la casa de Miguel se parecía a las otras, estaba hecha de tablas azules y no tenía ventanas.
Entramos a la casa. El primer cuarto tenía dos camas muy pegadas separadas por una tela colgada del techo. En una de las camas dormía la mamá de Miguel con su compañero, y en la otra Juana. La cercanía de estas camas hacía más creíble la denuncia de violación de Juana. A pesar de que eran las tres de la tarde estaba muy oscuro y la mamá tuvo que prender la luz.
Al lado de las camas había una pequeña mesa con un mantel de navidad, con muchas cajas de cartón con platos y vasos, con un racimo de plátanos, con una televisión con la pantalla rota, con un pedazo de un teclado de un computador. En esa mesa nos sentamos para hacer la entrevista.
La mamá ha tomado varios cursos de manejo de armas y trabaja como celadora en un conjunto residencial en la calle 140 con carrera 11. Pero ese trabajo es esporádico, por lo general son solo reemplazos. Por eso le toca complementar sus ingresos con el reciclaje. Sale tres veces por semana, toda la noche al barrio 20 de Julio, a buscar entre las bolsas de basura cartones, envases plásticos, botellas para después venderlos.
Nos contó que el viernes pasado Carolina había tenido contracciones y corrieron de emergencia al Hospital Meissen. El médico les dijo que todavía faltaba más tiempo, que esperaran otra semana, que no se angustiaran. La siguiente cita es este miércoles. El médico dice que es mejor hacer una cesárea porque por la edad de Carolina, apenas 14 años, es un embarazo de alto riesgo.
Las peleas con la familia de Carolina han sido constantes. El papá de Carolina, cuando se enteró de que su hija estaba embarazada, amenazó con matar a Miguel. La mamá la echó de la casa. La mamá de Miguel dice que la recibió porque ella también tuvo una hija muy joven, cuando tenía doce años, y sabía lo que era eso. También a ella la habían echado de la casa.
Pasamos al siguiente cuarto y encontramos a Carolina, estaba dormida. La mamá prendió la luz y la despertó. Tenía mucha gripa. Nos contó que ya se sentía mejor pero que la semana pasada había estado muy mal. Ligia le hizo una especie de chequeo médico y varias preguntas sobre el embarazo. Carolina nos contó que iba a ser una niña pero que no estaba segura como llamarla. En una esquina de la cama tenía una maleta con algunas cosas para el bebé por si le tocaba otra vez salir de carrera al hospital.
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El viernes por la tarde fueron los ediles de la localidad a conocer el Programa de Prevención de Ciudad Bolívar. Nubia, la directora, estaba muy nerviosa: cada año le han ido reduciendo el presupuesto y ya es prácticamente imposible mantener abierto el centro. La mirada de todos los ediles era de indiferencia, algunos ni siquiera entraron. Tenían afán: querían terminar rápido el recorrido por el barrio.
También fueron Miguel y su mamá a hablar con una de las sicólogas para hacer una terapia de reconciliación. Miguel dice que no se aguanta más que su mamá le pegue y lo insulte. La mamá se queja que Miguel no ayude a nada en la casa y se la pase en la calle con los amigos perdiendo el tiempo sin importarle que va a ser papá en unos días. La sicóloga les pide que intenten perdonarse y dar lo mejor que cada uno tenga en estos días porque de eso depende en gran parte la vida de la niña que va a nacer.
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El discurso oficial es que en Colombia somos productores de droga por culpa de los consumidores de los otros países. Este discurso ha hecho que se niegue el problema de la drogadicción en Colombia, que se mantenga en la sombra. La consecuencia es que a los programas de prevención como el de Ciudad Bolívar les toca sobrevivir con pocos recursos y sin apoyo del Estado: no existe una política nacional sobre el tema y la inversión en prevención y rehabilitación es mínima.
En Colombia hay cerca de 100.000 niños entre 8 y 14 años que consumen regularmente alucinógenos. Según un estudio que hizo las Naciones Unidas en el 2007 estamos entre los tres países de Suramérica con mayores índices de drogadicción de menores. Según el informe, el 7,1 por ciento de los estudiantes colombianos ha fumado marihuana durante el último año, el 2,2 por ciento ha inhalado cocaína y el 1,8 por ciento bazuco.
Mañana miércoles, en el Hospital Meissen, nacerá la hija de Carolina y de Miguel. Una niña hija de niños; lejos de la bonanza que se vive en el país por estos días. Nace en medio de un problema que para el gobierno no existe y que por lo tanto no va a solucionar. Se necesitaría un milagro para que su vida no sea una repetición de la tragedia.
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* Los nombres de los niños han sido cambiados para proteger su identidad
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**Esteban Borrero es alumno del Centro de Estudios de Periodismo de la Universidad de los Andes y escribió esta historia para el curso de reportaje. Semana.com lo publica en exclusiva.
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jueves, 21 de agosto de 2008
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